Sánchez y Puigdemont sonríen a la vez. Aquellos enemigos irreconciliables acuerdan ahora, por pura conveniencia, una salida a sus propios laberintos. Necesitaban salvar su pellejo político, siquiera hasta el próximo susto, y lo han hecho de la mano de una inédita ley de amnistía que nace con el pecado original de la falta de unanimidad jurídica y que, además, tampoco garantiza la tranquilidad absoluta a quienes tanto la ansiaban. En medio del inaudito escándalo del caso Koldo, que infecta cada día más a numerosas cañerías ministeriales, el presidente del Gobierno desoye tanto ruido cercano. Pragmático él, prefiere apuntalar su mandato desdiciéndose de sus propias convicciones mediante este perdón a los rebeldes del procés, la piedra angular sobre la que construyó su mayoría parlamentaria y así desmoralizar a un PP que sigue instalado en ese discurso del miedo que tanto le aísla.

Más allá de las exultantes predicciones del hooligan Bolaños, enardecido sin recato por la conquista de una amnistía que tildó de hito mundial, debería hacerse un hueco en la ecuación al papel que desempeñarán los jueces. Al hacerlo, aportaría un ingrediente nada baladí que, por pura lógica, se hará presente en el largo peregrinar que ahora se inicia en medio de semejante ebullición. Imaginarse que el Supremo va a quedarse de brazos cruzados se antoja una simple entelequia. Muchas togas no han llegado hasta aquí para ahogarse antes de llegar a la orilla. La directiva europea no va a ser una panacea para regatear con éxito todas las causas que se irán deliberando. Al tiempo.

Sánchez necesitaba la amnistía mucho más que Puigdemont, aunque ambos transitan por caminos tortuosos. Sin este perdón, el líder socialista naufragaba. En cambio, ante un fracaso, el expresident siempre podría haber aducido ser víctima de un engaño del opresor Estado español. Por eso ambos estaban condenados al entendimiento, dejándose algunos pelos en la gatera. Dentro del PSOE, por la incomprensión de semejante magnanimidad apostando por una solución que jamás figuró en el ideario del partido. En un sector del independentismo catalán, por haber renunciado al frentismo, adentrándose en la vía bilateral. Sobre esta reprimenda teje Clara Ponsatí su nuevo proyecto identitario y que ahondará en la dispersión del voto soberanista ante las autonómicas catalanas del próximo año.

Situación encarrilada Alcanzado tan histórico acuerdo, la izquierda ve rabiar a la derecha. La coalición gobernante se rearma para desesperación de un PP que no encuentra consuelo ni entre los suyos de Europa. Aceptado el chantaje de Puigdemont y con los Presupuestos encarrilados, Sánchez se vanagloria, y con razón, de su propia suerte. No le afecta el creciente fango de la corrupción de cargos socialistas. Le basta con decir que lucha contra ella y así se sacude de informaciones contrastadas que comprometen incluso el papel de su propia esposa en tramas nada edificantes. No es difícil imaginar cuál sería la reacción del PSOE ante un hipotético estallido de un caso Koldo con todas sus derivadas de Air Europa y Delcy Rodríguez dentro de un gobierno del PP.

También la mayoría parlamentaria suspira aliviada. La conquista de la amnistía martillea la judicialización de la política para devolver al diálogo la capacidad de entendimiento entre diferentes. De momento, debería ser para atemperar los ánimos, cuando no los modos, de una reivindicación latente. Sin embargo, nadie sabe cuánto durará la contención del gesto. Los primeros indicios tampoco son demasiado halagüeños. No parece entenderse como un gesto de agradecimiento recibir con una mano el perdón y, a la vuelta de la esquina, darte prisa en advertir de que repetirás la misma jugada. La venganza del ganador.

Sustanciada la amnistía, el decorado político apenas cambia. Quizá hasta haya más mimbres para elevar los decibelios de esta bronca permanente que ya no se irá. En las próximas semanas, los episodios barriobajeros y deleznables de la trama Koldo y sus peligrosas derivadas seguirán conviviendo con los primeros pasos de la amnistía, ya en sedes parlamentarias. Por el medio, la sucesión de disquisiciones judiciales que, más que probablemente, pueden comprometer más de una situación contemplada en esta polémica ley. Solo un país con semejante escenario esperpéntico mantiene sus constantes vitales mientras asiste a la convivencia ocasional entre una amnistía articulada a gusto de sus beneficiados con una corrupción galopante que se asoma a sus primeras instituciones.