No hay bomberos para tantos incendios. Ni mesas para tanto diálogo necesario. Lo propio de una legislatura disparatada de saque. Buscan en El Salvador a un verificador que pase a limpio las promesas del perdón al procés. Luego ERC levanta la mano pedigüeña porque no va a ser menos y quiere otro mediador para sus cuitas pendientes con Sánchez. Y en estas Ione Belarra se suelta la melena a instancias de Pablo Iglesias y se lleva al monte los restos de Podemos. Aquellos que vinieron para asaltar los cielos, depurar la sórdida casta y dignificar la política acaban arrastrándose al palomar del Grupo Mixto en el Congreso, horas después de quedarse con las manos vacías en el reparto de las prebendas de las comisiones parlamentarias.

Sánchez tiene razones poderosas para sentirse henchido de satisfacción. Quizá es el político más ignífugo de la actual generación. Le rodea el fuego y jamás se quema. Barrió a cuantos enemigos de casa le quisieron asfixiar, puso firmes a los demás y cuando vinieron desde el 15-M a disputarle el caudillaje de la izquierda destapó el tarro de sus esencias aniquiladoras. En un abrir y cerrar de ojos, el líder socialista se ha quedado solo. Nadie le hace sombra. Aguantó la risa cuando Iglesias fue a pelearse con Ayuso, sabedor de que su enemigo más visceral se precipitaba al vacío sin empujón alguno. Más tarde encandiló a Yolanda Díaz, engordando su vanidad como estrella rutilante y conocedor de su pasado incruento con el enemigo. Así las cosas, solo le quedaba esperar para ganar sin mancharse. Han bastado un par de batacazos electorales, una enfermiza endogamia y otro master en cainismo genuino de la izquierda para que Podemos acelere su inanición mediante un penoso desgajo del embrión nunca querido de Sumar y que trasluce un desmedido afán de protagonismo bajo la tibia sombra del transfuguismo.

Tampoco parece preocupado Sánchez por el reciente petardazo de Podemos, que alcanza a la línea de flotación de la estabilidad parlamentaria de su gobierno de coalición. Prefirió el presidente sacudirse la presión afeando la testarudez nada edificante del PP con el caducado Poder Judicial. Llevaba la procesión por dentro, a buen seguro, pero lo disimula como un actor, que lo es. Sabe que Belarra, ahora que recupera la voz que le silenciaba Yolanda Díaz, será un incordio día a día pasando a limpio las misivas envenenadas que le conmine Iglesias. De hecho, se convierte en una inesperada negociadora, insuflada de venganza y que busca una apremiante cortina de proyección a costa de una maniobra poco edificante para quienes, como ella, tantos dardos lanzaron para denigrar al resto de la clase política.

La cuesta de la estabilidad, por tanto, sigue empinándose. Sánchez lo sabe, pero tampoco le altera su paso. Camina convencido de que nadie en su entorno pinchará el globo. La derecha sigue asustando tanto a quienes caminan por el otro lado del muro, que el futuro de Feijóo se sigue oscureciendo tanto que cada vez parece más lejano ese día de su llegada al poder, mientras Vox siga ahí. Ni siquiera se rompen las costuras del sanchismo por su desmedido control de todos los resortes del poder y de su reparto de canonjías. La designación del nuevo presidente de Efe causa bochorno democrático, días después de enviar a dos exministros como embajadores. Miguel Ángel Oliver, un profesional que siempre se incomodaba con los periodistas porque preguntaban mucho tras los Consejos de Ministros, es el elegido para dirigir la agencia estatal de noticias. Las malas artes, de las que tampoco la derecha se libró en su día, parecen adheridas a los partidos en el poder.

En la guerra intestina de la izquierda progresista queda erosionada la figura de la inspiradora de Sumar. Yolanda Díaz queda tocada por su evidente falta de tacto y de perspectiva en un divorcio que se antojaba de dominio público, aunque hace honor a su libro de estilo cuando se inició en la política liquidando cualquier mínima rebelión. Sin el aguijón permanente de Podemos, la vicepresidenta deberá hacer esfuerzos para evitar que su formación semeje a un perro dócil del socialismo reinante.

No obstante, sirva como cortafuego a tan interminable polvareda la significativa elección de Nadia Calviño como presidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI). Un nombramiento que acredita la cualificación profesional de la vicepresidenta primera por encima del calado, en un momento económico muy delicado por las finanzas de los Estados de la UE, y que, en su derivada más inmediata, aunque previsible, abre ahora las expectativas para su relevo en el Gobierno español.