EL pragmatismo inoculado en vena. El manual del superviviente. Ayer justificas la condena por malversación al inhabilitado Oriol Junqueras; luego apruebas su indulto; y ahora apelas a sus votos sin rubor para así ir apuntalando una mayoría que te permita seguir en el poder. Un transformismo secular en medio de la oportunidad calculada, el pasmo generalizado y una ensanchada dosis de indignación. Hay más. Un día abjuras de la maldita izquierda abertzale por su connivencia con el terrorismo y a la vuelta de la esquina estrechas las manos de sus portavoces, quizá en la escena más repelente para ese amplio espectro social tan influenciado por los rancios aires patrios. Y aún queda el más difícil todavía: el vis a vis que pretende Puigdemont. Si hay que hacerlo, se hace. Sin escrúpulos. El tiempo todo lo cura.

Sánchez enerva a la derecha. Sus cesiones de imagen a EH Bildu y de prerrogativas al independentismo catalán provocan tribulación, repugnancia en muchos casos. En esta trinchera, las consideran una injuria a la esencia del nacionalismo español, cada vez más pujante por los cuatro costados de Madrid y alrededores. Peor aún, son entendidas como una espuria contrapartida a su indiscutible afán de poder. Es así como se está generando un clima social demasiado inquietante para la convivencia a corto y medio plazo. Esa penetrante polarización ideológica entre izquierda y derecha, entre buenos y malos españoles, entre progresistas y fachas, empieza a pisar la acera. Ha llegado a la calle. A partir de ahí, solo queda una pequeña cerilla.

No habrá repetición electoral. Ninguna parte concernida en la futura mayoría del Congreso lo quiere. Así ocurrirá en la investidura de Sánchez, en noviembre. Son muy firmes los pasos encaminados hacia el acuerdo. Bien sabe el PSOE que deja muchos jirones por la senda en búsqueda de este entendimiento tan intrincado como amenazante en el tiempo por su carga de inestabilidad. Por eso busca en la otra parte de la mesa la compensación siquiera de un par de Presupuestos aprobados que le permita compensar semejante desgaste. Un auténtico viacrucis de por medio, aunque soportado estratégicamente sobre una estoica labor de cocina que zanja con acierto la proliferación de especulaciones siempre dañinas cuando se dirimen cuestiones de Estado. Nada como la labor de zapa del poderoso capataz Santos Cerdán –su presencia junto a las voces de Sortu destapa el rumor sobre la Alcaldía de Iruñea– para cortocircuitar desde Ferraz escenarios temerarios que comprometan negociaciones cruciales para el objetivo final. Tampoco tienen ahora los socialistas la misma prisa que exigían con acidez a Feijóo. No les inquieta demasiado. Se saben en silencio ganadores del reto. Les sigue rentando la espera porque así disponen de más tiempo para que entre los múltiples pactos ultraderechistas se propicien los resbalones y las grietas. O, incluso, que ni PP ni Vox sigan sin entender el efecto pernicioso de la matraca vociferante de muchos de sus seguidores hacia Sánchez con el voto del asesino Txapote. Pareciera que a estas alturas del fracaso, ningún analista demoscópico haya explicado en Génova sin paños calientes y sin miedo a perder la iguala cuál es la razón intrínseca de su pérdida de apoyos en las urnas vascas y catalanas.

Tampoco ayuda a la causa de la oposición fugas como la del derrotado portavoz popular en Asturias que deja el empeño imposible por unas inesperadas razones familiares que le devolverán, como mínimo, a su antiguo puesto menos complicado en la órbita de la UE. Ni siquiera las veleidades financieras en la cúpula de Vox que alimentan los procelosos rumores sobre una supuesta malversación teledirigida sin escrúpulos de cuantiosos fondos recibidos cada vez con más profusión.

Las prisas, en todo caso, son cuestión principalmente de Yolanda Díaz, cada vez más ensimismada en su papel. Sin embargo, a veces lo demuestra con tanta fruición que empieza a pisar inoportunamente demasiados charcos, incluso para incomodidad de sus futuros socios. De hecho, algunas de sus frecuentes declaraciones blanqueando el procés y a sus actores, en un indisimulado propósito de acortar distancias insalvables, provocan, como mínimo, rubor. Pareciera urgirle el afán de sentar de una vez a Sumar en un futuro gobierno para confirmar el acierto de su travesía y así laminar de una vez la incómoda oposición interna que, a cara descubierta y sin escrúpulo alguno, acometen con ínfima fortuna los restos de Podemos en su naufragio. l