MUERTA la moción de censura, vivan las elecciones. El esperado desenlace del desalentador sainete de Vox apenas sirve para escenificar la palmaria realidad de un país político fragmentado en dos bloques absolutamente antagónicos que fija su horizonte sin disimulo en las dos próximas convocatorias a las urnas. Comienza así la cuenta atrás, sobre todo para un PP ansioso de recuperar cuanto antes las cuotas de poder perdido, tras asistir a los descarados mítines de los principales partidos en un Congreso curado de espanto. Al envite acude la izquierda restablecida de la pérdida de unidad por sus recientes encontronazos tan sonoros que aminoran los discursos complementarios de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Les resta por resolver el alcance implacable del fuego amigo de Podemos contra el proyecto Sumar. A su vez, la derecha despide el mal trago reafirmando la tesis de Feijóo de que su partido debe evitar el cáliz de un Abascal que sale muy dañado de esta aventura estrambótica, resuelta como se esperaba salvo el colorista voto de Pablo Cambronero, el tránsfuga de Ciudadanos en el Grupo Mixto.

Hasta Ramón Tamames quedó tan impresionado por el tono mitinero de un exaltado Patxi López que se lo afeó y le pidió más mesura desde la condición anárquica de quien a cierta edad y condición dice lo que le apetece. El portavoz socialista proclamó que “la izquierda está orgullosa de serlo” después de salir más que airosa de esta chirigota parlamentaria que vuelve a dejar una fisura en la derecha como ya ocurrió en la anterior moción donde Casado sacudió excesivamente sin piedad a un atribulado Abascal. López denunció el “trampantojo” al que se asistía por parte de todo el bloque de la derecha para ahondar en la tesis gubernamental de que la ciudadanía debe elegir entre la mirada al futuro de la izquierda y el retroceso a las tinieblas donde empareja a Vox con el PP, por el recurso “al lenguaje del 36”, después de este abrazo del oso vivido en el último día y medio y que a Rufián le pareció simplemente “una muy mala idea”.

Para sacudirse de amistades no deseables públicamente, Cuca Gamarra tuvo que empezar por descalificar la “performance” de la ultraderecha y enfocar la salida a “este Gobierno quemado” con la celebración de elecciones porque atisba que “ha llegado el momento de Feijóo, presidente”. Por supuesto, ni el más mínimo desliz sobre el posible compañero de viaje cuando llegue la búsqueda de alianzas electorales, “porque no tenemos compromiso alguno”. De ahí que atizara a Vox por esta incomprensible iniciativa que “beneficia los intereses del PSOE” sobre todo porque así se consigue que no se hable ahora de Tito Berni, aunque desde el otro lado de la trinchera nadie duda de que están condenados a entenderse para que les salgan las cuentas. En este ambiente tan comprometido para marcar distancias, la portavoz del PP castigó a Sánchez sin remisión, “váyase cuanto antes por dignidad”, como prueba de la lección bien aprendida semana a semana en los plenos de control. La secretaria general popular era consciente de que partía con el hándicap de pagar los platos rotos del agónico esperpento asumido por un arrogante Tamames, quien se ha sentido paradójicamente mal tratado en su condición de candidato alternativo, una cualidad que no le reconoció Gamarra. Para que entendiera el triste papel desempeñado, Aitor Esteban no dudó en explicarle críticamente al profesor que se había apoyado en una moción “ilegítima” para marcar una línea “entre amigos y enemigos”.

A estas alturas del cruce de dardos que apenas provocaba el interés del respetable, el presidente del Gobierno ya había cazado la presa, pero no se resignó a volver a la tribuna para ahondar en la herida del enemigo vencido. Satisfecho, otra vez invicto, de golpe se ha encontrado con una imprevista argamasa para cohesionar siquiera durante unos días a su gobierno. Le ha bastado con delimitar sin mucho esfuerzo el abismo que separa a la izquierda de la derecha en su visión de país y, desde luego, en las medidas a adoptar para ganar el futuro. Y en paralelo ha exhibido un indubitativo ticket electoral con Yolanda Díaz que regenera, sin duda, la ilusión y las fundadas expectativas de repetir la actual mayoría en la próxima legislatura. Una sensación contraria a la rabieta nada contenida de Irene Montero, Ione Belarra y, desde las bambalinas con el guiñol, Pablo Iglesias. La batalla interna sobre la configuración de Sumar no está resuelta en medio de exigencias desatendidas y egoísmos, y por ahí la derecha ve otro motivo de esperanza. l