EN condiciones normales la prensa canalla estaría mojando las plumillas en sangre y el hincha sacudiendo el pañuelo al viento pidiendo cabezas. Es muy probable que el presidente pidiera sosiego a la masa cabreada pretextando que no es el momento para caer en la precipitación, que hay que darle tiempo al tiempo y que todavía queda mucha tela por cortar. Acuérdense de lo que el míster hizo el año pasado, cuando nos sacó de la ruina, y está tan cercano ese desafío tan bonito de la Copa...
Ha pasado una semana y como estamos en las mismas conviene buscar otra excusa paliativa:
-Tengan en cuenta los imponderables. Pitaba Mateu Lahoz, que como bien conocen es el árbitro con quien más veces ha perdido el Athletic en toda su historia, y por algo será. Recuerden que no ganamos en Mendizorrotza desde el 18 de mayo de 2003, y la estadística también cuenta a los efectos, y la estadística además indica que el nuestro es el segundo equipo de Primera que menos dispara a puerta cuando juega fuera de su estadio...
De vísperas al derbi seguíamos igual de absortos. Al técnico le escuchamos decir que el estado de ánimo del equipo no es alto, sino que es "muy, muy alto", y lo único que alteró el sosiego del hincha vino extramuros de la burbuja. De repente la Autoridad Portuaria de Bilbao nos puso sobre aviso: "La Gabarra no está en condiciones de navegar", dijo Ricardo Barkala. Entonces fue cuando caímos en la cuenta de la última vez que pasó, allá por el Pleistoceno: donde hoy descansa La Gabarra con el boato de una sacrosanta reliquia todavía se alzaban altivos los Astilleros Euskalduna. Resulta que con el paso de los años y los no títulos la barcaza se ha convertido en una pieza de museo, inservible a efectos de navegación, salvo "reparaciones importantes e inmediatas", advirtió Barkala. Como la Autoridad Portuaria resaltó que el "elemento fundamental" para celebrar con solemnidad la Copa sigue siendo la ría entre la sociedad se abrió un nuevo debate: si los Astilleros Euskalduna cedieron su lugar a un majestuoso palacio, el Athletic también necesita una embarcación acorde a los tiempos...
Tras diez partidos de liga sin conocer lo que es un triunfo y cuatro derrotas consecutivas. Tras cerciorarnos que es verdad, que desde el pasado 1 de diciembre el Athletic no conoce lo que es una victoria. Comprobado que está en la undécima posición clasificatoria, cuatro puntos abajo del Granada, su contrincante en las semifinales coperas, y a nueve de la Real Sociedad, el teórico rival en la gran final sevillana, que encima tiene un partido pendiente. Verificada la tunda que el Granada le atizó ayer a Osasuna en el mismísimo El Sadar y el repaso que le dio la Real al Valencia el sábado conviene abrir de par en par las ventanas para que se escapen las ínfulas.
Definitivamente, el Athletic nos ha dado suficientes argumentos para dejar de soñar. Lo que parecía un camino expedito hacia la final, y con muchas posibilidades de éxito después de haber aniquilado al ogro azulgrana, se ha transmutado en sinuosa vereda. Sucede que en la derrota frente al Alavés no caben las excusas. A diferencia de los partidos en el Reale Arena y ante Osasuna en San Mamés, Gaizka Garitano no hizo experimentos con la alineación. Contando con toda la plantilla sana salvo Oskar de Marcos, el técnico alineó al que considera su equipo fetén. Tampoco cabe el pretexto de haber jugado un encuentro tres días antes, como en el fragor de las eliminatorias coperas, luego la tropa estaba descansada y bien alimentada.
Pero la tropa ha perdido la senda del gol y el rigor defensivo, y por no tener no tiene ni una pizca de fortuna, porque tampoco se la busca con denuedo y determinación. Daba lástima ver las cabalgadas a ninguna parte de Iñaki Williams o los esfuerzos estériles de Iker Muniain, tantas veces perdido en su solitaria batalla. La falta de ideas y coordinación cuando se llegaba junto al área contraria. Y los cambios, tan estériles. El largamente ausente Larra salió a cinco minutos del final para ¿ejercer de Williams? por el interior y cuando se daba por bueno el mal menor del empate Mikel Vesga hizo aquella absurda falta que desencadenó el gol del triunfo blanquiazul. Nos han quitado la licencia para soñar. Y mejor que sea así.