CON todo fue un partido entretenido y a punto estuvo de alcanzar el estatus de espectacular, de esos que se hacen un sitio en la sala de los buenos recuerdos, si Raúl García logra transformar en gol aquel remate postrero, de chilena, que desencadenó un estridente ¡¡uy...!! en La Catedral. Entonces el Athletic empujaba al Celta hasta el agobio y la hinchada masticaba ansiedad. Pero tirar hasta en 22 ocasiones contra la portería rival y únicamente anotar en una, y de aquella manera, con el balón quieto sobre el punto de penalti, o lanzar hasta 13 saques de esquina por ninguno el rival y nada. En definitiva, tener la posesión o el dominio del partido y terminar con un rácano empate contra el antepenúltimo de la división cambia radicalmente el sentido de las cosas.
Se puede decir que el Athletic-Celta no dejará rastro en la memoria y en cambio sí lo hará la fría estadística, donde queda registrado que el equipo rojiblanco lleva cinco encuentros consecutivos sin ganar y que aquellos jaleados empates en el Santiago Bernabéu o en el Sánchez Pizjuán dan el mismo lustre que el conseguido frente al equipo vigués, que está en puestos de descenso. Se pasó de la oportunidad de regresar a la zona europea, sobrepasando a la aclamadísima Real Sociedad (mira que perder así la víspera de la Tamborrada), a contemplar con preocupación que con tan poco gol no se llega a nada bueno. Si con el empate a cero ante el Real Madrid se alabó la fiabilidad defensiva del colectivo rojiblanco la falta de puntería frente al Celta alienta el desencanto y la preocupación.
Es cierto que el Athletic es el segundo equipo menos goleado de la categoría, junto al Atlético y por detrás del Real Madrid, pero a su vez solo hay cinco con menor capacidad goleadora, y están en el furgón de cola, como el Celta o el Espanyol, el próximo rival del equipo bilbaino.
Pero volvamos al inicio, a lo que pudo ser y no fue aunque sin embargo dejó pistas de lo que puede ser. Por ejemplo, Ibai Gómez. Cuando se cumple un año de su regreso a modo de desesperado fichaje invernal y en pleno consenso sobre si se va tampoco pasa nada, sino todo lo contrario, va Gaizka Garitano y le pone de titular. Con un par.
Ibai dejó unos cuantos detalles y un puñado de centros a rosca tan suyos que sin embargo terminaron en el limbo. El técnico sigue dándole vueltas al hombre idóneo para cubrir la banda izquierda. Al parecer, se le ha terminado la paciencia con Iñigo Córdoba y ahora le toca el turno de perderla con Ibai, o todo lo contrario, aunque siempre le quedará el santo remedio de apostar por Iker Muniain, que ayer regresó con más gloria que pena, y me explico:
Es cierto que se apuntó al numeroso bando de los fallones pero, qué se puede añadir que ya no sepan. Su vuelta a los terrenos de juego, con esa barba cobriza a lo Van Gogh, es una bendición porque aporta fantasía y variantes al juego. Desde su posición en el dibujo, con mucha libertad de movimientos, hizo mejor a Unai López, y eso se notó en la fluidez del fútbol rojiblanco.
Probablemente a Gaizka Garitano le pareció demasiado osado apostar también por Kenan Kodro, el otro desesperado fichaje del pasado invierno, más que nada porque Asier Villalibre se había ganado una oportunidad con los dos goles que anotó en la Copa al Sestao River. Ahora solo le falta que marque ante un equipo de Primera División, y fue otro de los muchos que a punto estuvo de lograrlo contra el Celta. Para conseguirlo necesita disfrutar de oportunidades. Quizá las tenga más ahora que el entrenador quiere a Williams (otro que tan con la falta de gol) percutiendo por el ala derecha, y no de delantero centro al uso, y antes del añorado retorno de Aduriz, que buena falta hace.
Olvidado el enroque, y nunca mejor dicho, que empleó Garitano en el Bernabéu y el Sánchez Pizjuán, ayer quiso doblegar al Celta apostando por el balón. Le han echado a Valverde del Barça por traicionar el ADN de Cruyff, y los puristas aclaman a Setién como digno sucesor del profeta. Por fortuna, el Athletic carece de un ADN definitorio, y menos mal tras la experiencia del Toto Berizzo, garante de la ortodoxia bielsista y su derivada valverdista. Con Gaizka, en cambio, casi todo es posible con tal de sobrevivir.