Varios humoristas gráficos han coincidido prácticamente en la misma viñeta: Ursula von der Leyen le lleva los palos de golf a un Donald Trump ufano. Es la perfecta representación de la humillación absoluta que se autoinfligió la Unión Europea el pasado domingo. Hasta la puesta en escena abundó en el menosprecio y el pisoteo de la autoestima. La máxima representante del gobierno de los 27 tuvo que acudir, con la testuz bien baja, en calidad de visitante, al resort de Escocia -territorio que ya no forma parte de la UE- donde el emperador del pelo naranja se relajaba de su frenética actividad sembrando el mal y el caos a lo largo y ancho del orbe.

Por si quedaban dudas, el patético comisario de Comercio, Maros Sefcovic, espetó a un periodista que, si él hubiera estado en la sala, habría salido contento con el resultado. Es la filosofía del mal menor elevada a la enésima potencia. Puesto que el abusón amenazaba con aranceles del 30 % y se consiguió que los rebajara a la mitad, hay que celebrar la supuesta limitación de daños. De propina, aceptando la compra de un congo más de armas estadounidenses y de ese gas extraído por métodos letales para el medio ambiente, además de otras concesiones leoninas y ultrajantes.

Como se esperaba perder por siete a cero, se festeja haber palmado por siete a uno. Lo que pasa es que, en este caso, ese tanto no es el de la honra, sino justamente lo contrario: el de la deshonra más vil e hiriente.

Claro que lo peor es que lo ocurrido no es un episodio aislado, sino la enésima certificación del papel de comparsa en el concierto mundial al que ha quedado reducida la Unión Europea. Es una institución que ha dejado de infundir respeto. Lo vemos también, por poner otro ejemplo especialmente doloroso e indignante, en la tibia (por no decir directamente cobarde) y deslavazada respuesta a la carnicería sádica de Israel sobre la población de Gaza.

Por desgracia, no se atisba un cambio de rumbo.