Los viejos tuits de Pedro Sánchez son bumeranes de efecto retardadísimo. Esta semana ha vuelto a la actualidad uno del año 2010 en que invitaba a leer una entrevista que le había hecho la periodista de El País Karmentxu Marín, después de que la canallesca que cubre las Cortes españolas lo designase “Diputado revelación”. Viendo la evolución posterior del entonces culiparlante raso, leídas hoy, muchas de sus respuestas despiertan una sonrisa que llega a carcajada ante el entrecomillado elegido para el titular: “Me gusta ser fontanero”. Se lo juro. Está en la hemeroteca. En la charla, junto a una consideración que hoy nos parecería casposa sobre las palpitaciones que le provocaban sus compañeras de grupo Marta Gastón y Meritxell Batet, aquel Sánchez de 38 primaveras se declaraba rendido admirador de Pepe Blanco, quien en la época movía desde las sombras todos los hilos del partido y del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Era lo que aspiraba a ser él, aunque una pléyade de carambolas inverosímiles frustró su vocación para convertirlo, defécate encima, lorito, en presidente del Gobierno del Reino de España y líder plenipotenciario del PSOE. Como tal, es también la autoridad ante la que responde el equipo de fontanería de Ferraz y Moncloa, se supone que obrando a sus órdenes y en su beneficio. No cabe duda de que el comando de conseguidores le ha resultado efectivo para sus propósitos –oigan, que hoy se cumplen siete años desde la patada a Rajoy precedida por la fumigación de Susana Díaz–, pero el tiempo está evidenciando la degeneración de los Rasputines en nómina oficial o extraoficial. Por de pronto, el sumo hacedor Ábalos y su fiel secuaz Koldo están enmarronados hasta las trancas. Al resistente Cerdán, como en la canción de Silvio, las causas le van cercando y el azar se le enreda ante los toscos manejos de su presunta partidora de piernas Leire Díez, a quien el antes mentado Blanco no habría encargado ni una pizza cuatro quesos. Huele a final de la escapada.
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