Eché de menos que Pedro Sánchez rematara su lista de promesas fantásticas para acabar en un tris con el problema de la vivienda con el clásico “¡y también dos huevos duros!” de los Hermanos Marx en Una noche en la ópera. Al margen de que alguna tenga otra vez tufillo a invasión competencial, en conjunto, lo anunciado a bombo platillo no suena mal. Otra cosa es que vaya a ser posible llevar a la práctica todas esas intervenciones que se presentan como la gran panacea. De entrada, me cuesta creer que ahora mismo haya en el Congreso los 176 votos necesarios para llevar las propuestas al BOE y de ahí a la realidad. Pero es que, incluso aunque la habilidad negociadora de Sánchez volviera a materializar el milagro de la cuadratura del círculo, soy realmente escéptico respecto a la eficacia de las disposiciones que componen el plan de choque que echó a rodar ayer el atribulado presidente del gobierno español. Noten, de refilón, que no es casualidad que la pomposa comparecencia en un sarao bautizado “El quinto pilar del estado del bienestar” no tuvo lugar en el vacío, sino en medio del fango judicial en el que está atrapado el Ejecutivo. De hecho, en los titulares gordos, el acto quedó eclipsado por la noticia de la citación a declarar ante el Supremo del fiscal general del Estado dentro de dos semanas en un auto, para más inri, que señala la intervención de presidencia del Gobierno en el mondongo de las filtraciones sobre el novio de Ayuso. No hay nada inocente. En todo caso, y volviendo al asunto central, me encantará poder decir dentro de un tiempo razonable que estaba equivocado en mi escaso entusiasmo. Me temo, sin embargo, que no será así y apelo a los muchos calendarios que he consumido como argumento. Como ya he contado alguna vez, la vivienda es un problemón desde que tengo uso de razón. Me acuerdo de aquellos 400.000 pisos nuevos de Felipe González que ni llegaron a construirse. Y hoy estamos como entonces.
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