EL primer lío está en el nombre. Así, en Nafarroa se llama EvAU y en la demarcación autonómica EBAU. Incluso hay alguna comunidad en la que la denominación es EAU o PAU. Seguramente, es una tontería, pero ya es indicativo de la querencia que hay en materia educativa de nombrar de diferentes formas a lo que, en esencia, es lo mismo. Total, para que quien más quien menos acabemos refiriéndonos a la cosa con su nombre carpetovetónico: selectividad.

Y ahí nos encontramos con otro síntoma preocupante de una enfermedad crónica. Porque no dudo de que haya habido cambios de formulación en las pruebas de acceso a la universidad, pero, leyendo en qué consisten las actuales, no veo grandes diferencias respecto a las que este servidor afrontó hace cuarenta años.

Al fin y al cabo, se trata de unos ejercicios que, sobre todo en las materias no científicas, apelan más a la memoria que a la capacidad crítica y reflexiva. De propina, con el azar y el código postal actuando como factor fundamental de cara a la nota definitiva, esa que determinará si se puede cursar la carrera deseada.

Gran desigualdad

Añádase a eso que, si no estoy mal informado, en la calificación global sigue teniendo peso específico la parte concedida por el centro de procedencia de las y los estudiantes. Así que no todos parten en las mismas condiciones. Eso se llama desigualdad, y no parece de recibo en el siglo XXI.

Todos los años se asegura que es algo que se va corregir (este curso también dicen que en 2025 habrá cambios), pero a la hora de la verdad, estamos en las mismas. La chavalería se juega su futuro, no diré que a cara o cruz, pero sí en un escenario en que el esfuerzo y los méritos cuentan algo menos que otros factores aleatorios.

Sin contar, claro, con que puedan tener un buen, regular o mal día... o con el hecho que redondea la escasa justicia del proceso, que es que ya no se trata de aprobar –porque aprobará más del 90 del por ciento– sino de certificar la nota de corte, delirante en algunos casos, para poder cursar la titulación a la que aspiran.

Y todo, sin que tengamos ni medio claro que la formación puramente académica ha ido al mismo compás que la formación humana de la generación que nos tomará el relevo. l