AL día siguiente de las elecciones al Parlamento Vasco, el candidato de EH Bildu a lehendakari, Pello Otxandiano, reconoció que, una vez contados los escaños y, sobre todo, los votos, quedaba claro que a partir de ese momento la iniciativa era del PNV. Unas declaraciones que le honraban y que parecían ser muestra de fair-play político y de una lectura correcta de lo que habían deparado las urnas y de lo que habían expresado claramente los partidos que vienen compartiendo el gobierno de las principales instituciones de los tres territorios. Desde el minuto cero, jeltzales y socialistas apostaron por la reedición del pacto, con el correspondiente reequilibrio de parcelas de gestión derivado de los resultados al alza de los de Eneko Andueza. Y lo cierto es que tardaron menos de lo habitual en escenificar esa disposición con una foto conjunta en Sabin Etxea de las dos delegaciones negociadoras el lunes 29 de abril, o sea, solo ocho días después de los comicios.

Desde ese instante, PNV y PSE pasaron a ser los dueños de los tiempos. Al resto de las formaciones representadas en la cámara renovada solo les quedaba esperar a que hubiera (o no) fumata blanca, sabiendo perfectamente que, con unas elecciones europeas de por medio, lo más lógico era que se atrasara el anuncio hasta unos días después del 9-J. Y ahí fue donde le reconcomió la paciencia a Pello Otxandiano, es decir, a quien mueve sus hilos y le susurra al oído lo que tiene que hacer y decir. Ni corto ni perezoso, quien encabezó la candidatura soberanista que se quedó a las puertas del sorpasso anunció una ronda de contactos con los grupos políticos, cual si a él le correspondiera emprender tal menester. Fue un intento más bien fulero que se saldó con la negativa entre sonrisas displicentes de los dos partidos que volverán a conformar el próximo Gobierno vasco y con el retrato de quien quiere pero no puede.