Hace exactamente un mes, ya glosé aquí mismo la última entrega del Sociómetro en la que, entre otros datos, se destacaba que los vascos se ponen una nota por encima del 7 cuando se les pide que evalúen su situación personal y una calificación incluso mayor cuando se les preguntaba sobre cómo se ven dentro de un año. Ahora les traigo otra encuesta, también del Gabinete de Prospección Sociológica del gobierno de Lakua, centrada específicamente en la percepción de la población de los tres territorios sobre el futuro. Y de nuevo, el resultado arroja cifras muy positivas. En los ocho años que han pasado desde el último sondeo de estas características, el optimismo al mirar al porvenir ha subido cinco puntos. O traducido a la cifra exacta, el 72% de nuestras convecinas y nuestros convecinos son bastante o muy optimistas respecto a cómo estará Euskadi al paso de unos cuantos calendarios. No está mal cuando en este periodo hemos atravesado una pandemia demoledora y una crisis inflacionista derivada de una guerra.

Aclaro que hablo en tercera persona porque, ahora que no nos lee nadie, este humilde tecleador se sitúa entre el decreciente número de cenizos. No es, en mi caso, nada que tenga que ver con los indicadores reales, sino una actitud defensiva congénita ante el mañana y el pasado mañana. Siguiendo una de las máximas de un librito que se vendió mucho en los 90 del pasado siglo titulado Manual del pesimista, siempre espero lo peor, y siempre sale algo peor de lo que esperaba. Me alegro, en cualquier caso, de estar en minoría en mi entorno. Sobre todo, porque al entrar en el detalle del estudio, compruebo que el optimismo de la ciudadanía vasca no es un sentimiento voluntarista acrítico. De hecho, es compatible con su preocupación respecto al empleo o la vivienda en lo cercano y la situación del mundo al abrir el foco.