TAL vez sea porque voy para viejo y pellejo (o porque ya lo soy), pero a este humilde tecleador no le parece ni medio satisfactorio el balance cosechado por el cine vasco en la última gala de los Premios Goya. Comprendo que no sea popular escribirlo, pero creo que nuestra representación debió conformarse con un puñado de premios literalmente de consolación, descontando alguno que, como el del largometraje de animación del vizcaino Pablo Berger, era impepinable. Habría mandado muchos bemoles que la representación española en los Oscar en esa categoría se quedara a dos velas.

Sin embargo, en la apabullante victoria de la superproducción La sociedad de la nieve sobre la peliculita (el diminutivo no implica desprecio; todo lo contrario) 20.000 especies de abejas se aprecia, además de la desigualdad de la lid, la opción de la Academia las Artes y las Ciencias Cinematográficas –toma pomposa denominación– de España por las producciones de chequera gorda. Me debe un zurito el penúltimo romántico que me apostó que los requeteprogresís académicos se inclinarían por un filme sacado a pulmón, como el de Estibaliz Urresola, antes que por otro que había gozado de recursos sin límite.

Poco tendría que objetar si no fuera porque los lloriqueos ante la falta de apoyos llevaron la firma y el rostro de alabastro de Pedro Almodóvar, que lleva cuatro decenios disfrutando de financiación pública a tutiplén para títulos que, en una media generosa, están entre lo aceptable y el cagarro cósmico. Junto a él, los celebrados Javis, que vienen a ser la propia versión actual del manchego crepuscular, megatrangresores que, sin embargo, no habían caído hasta anteayer en la cuenta de ciertas cositas chungas que pasan en la industria cinematográfica española desde mucho antes de los tiempos del rancio destape. ¿A nadie le avergüenza que el #SeAcabó llegue en el año de gracia de 2024?