PARECE que el lunes le salió el genio a José Luis Rodríguez Zapatero. O quizá fue que se lo sacó Carlos Herrera, entrevistador que, según la afinidad con el invitado, derrocha en jabón o en vinagre. Esta vez fue lo segundo. El conductor del matinal de la cadena de los obispos españoles asaeteó al expresidente con todos los topicazos del repertorio cavernario, haciendo especial hincapié en el aún comodín favorito de la diestra mediática y política, a saber, ETA. Y ahí fue donde el leonés que no se ha dedicado a supervisar nubes desde una hamaca, como prometió al dejar el cargo, se revolvió contra su interpelador. “Bajo mi gobierno se terminó ETA, se entregó ETA, lo digo y lo afirmo”, soltó como primer soplamocos. Con la carrerilla cogida, añadió: “Pasó con mi gobierno, no pasó con el gobierno de Aznar ni con otros gobiernos. ¿Lo reivindico? Sí. ¿Me siento orgulloso? Extraordinariamente”.

Fue toda una exhibición que las huestes progresís se apresuraron a convertir en leyenda. “Zapatero le pinta la cara a Carlos Herrera con el fin de ETA”, llegó a titular el diario Público. No voy a decir que no esté mal el baño de humildad, pero inmediatamente tengo que añadir que las cosas no fueron exactamente como las contó ZP. Es verdad que él hizo un gran esfuerzo para acabar con ETA. Pero arrogarse en exclusiva su final es un exceso intolerable. Primero, porque hubo miles de personas –unas conocidas; la mayoría, anónimas– que lucharon durante años por ese desenlace. Muchas pagaron con su vida su entrega. Y, en todo caso, para nuestra desgracia, la victoria no fue tal. ETA no terminó por convicción sino por estrategia.