UN paso más. Lo que salió del Parlamento Vasco con forma de acuerdo de bases vuelve a la cámara como anteproyecto de ley. Y no de cualquier ley. Aunque a veces nos vengamos arriba con los calificativos, en este caso sí procede hablar de algo que marca un hito histórico. 30 años después de la aprobación de la Ley de la Escuela Pública Vasca, tenemos los hilvanes de la que debe ser la Ley vasca de Educación. La cuestión va más allá del matiz. La nueva norma no solo se refiere a los centros cuyo titular es la Administración. Incluye a los que, bajo varias fórmulas y denominaciones, tienen un concierto que les aporta la mayor parte de su financiación. Y si quieren mantenerla, en lo sucesivo deberán cumplir varios requisitos básicos, empezando por la gratuidad total y sin trampas de sus servicios. Además, adquieren el compromiso de compartir de forma proporcional y no nominal la matriculación del alumnado vulnerable que, en un altísimo porcentaje se corresponde a las hijas y los hijos de las familias migrantes.
Hay muchísimos más aspectos que no caben en este texto. Todas son materias sujetas a debate, pero volviendo al principio, figuraban ya en ese borrador que consiguió el respaldo del 90 por ciento de la representación política de los tres territorios. No tengo dudas de que el consenso final será menor. Elkarrekin Podemos, que lleva un año jugando al perro del hortelano, se borrará. Sería bueno que lo hicieran ya, pero es de temer que aprovechen el viaje para pillar su cuarto y mitad de focos. Allá cuidados. Lo importante es que no se rompa la entente básica entre PNV, EH Bildu y PSE, una mayoría transversal y suficiente.