NO me cansaré de glosar la certera frase que soltaba Clint Eastwood en ya no recuerdo qué entrega de Harry el sucio: “Las opiniones son como los culos; todo el mundo tiene una”. Esto, que ya era verdad verdadera cuando internet no estaba ni se lo esperaba, se ha multiplicado por ene en la cuasi dictadura de las redes sociales. No hay acontecimiento grande, mediano, pequeño o ínfimo que no divida al personal en, como poco, dos banderías que luego, a su vez, pueden ir teniendo escisiones sucesivas, de modo que la gresca acaba siendo un guirigay en que el observador no avezado se pierde de todas todas. El motivo de pasmo definitivo es que hay seres humanos que se sitúan sistemáticamente a la contra y siempre pretendiendo ser portavoces de la postura más progresista, requetechachipiruli y, por supuesto, sin lugar a la réplica.
Lo acabo de comprobar por partida doble en la gala de los Goya del pasado sábado. Con razón, muchísimos usuarios de Twitter se lanzaron a afear los chistes crueles sobre los kilos que ha engordado la actriz Berta Vázquez. Pues hete aquí que apareció una amplia brigadilla de moralistas a pontificar que se estaba abogando por los hábitos no saludables y por la obesidad mórbida. Y no le fue a la zaga lo que ocurrió con Telmo Irureta por proclamar, al recibir el cabezón en la categoría de actor revelación, que “las personas con discapacidad también existimos y follamos”. Ni dos segundos tardó en hacerse visible la triste cofradía de la ortodoxia a acusar al zumaitarra de putero y, ahí es nada, promotor de la explotación sexual. Me gustaría estar exagerando, pero les juro que no.