POR enésima vez asistimos al ceremonial perfectamente conocido. Un hombre ha asesinado a una mujer a puñaladas en un bar de Bilbao. Presuntamente, claro, que es la coletilla que se impone aunque el individuo en cuestión llamara personalmente al 112 para avisar de que había dejado a su pareja moribunda en el local después de acuchillarla. Las primeras noticias timoratas apostillaban que “podría tratarse de un caso de violencia de género”, un enunciado en el que es imposible determinar si lo peor es el uso del condicional o de la expresión viejuna que edulcora la realidad. ¡Violencia machista, joder, digamos violencia machista! Y todavía nos encontrábamos reporteros que añadían que la Ertzaintza había abierto una investigación para “esclarecer las causas” del crimen. ¿Causas? ¿En serio? Lo siguiente era un vecino al que se le prestaba un micrófono para que dijera que no sabía “lo que le ha podido ocurrir al chaval”.

Todo ello, por supuesto, entre declaraciones institucionales de rotunda condena y convocatorias a cascoporro de concentraciones para exigir que no se vuelva a repetir, sabiendo que pasará muy poco tiempo hasta la próxima ocasión en que haya que tirar de repertorio. Cuántas veces habré dicho que ojalá actuáramos tan bien como mostramos nuestra más enérgica repulsa. Esta vez, con el indecible sarcasmo añadido de que el ministerio español de Igualdad había convocado un comité de crisis ante el brutal repunte de asesinatos machistas en diciembre. Viraba a negro el chiste clásico: si quieres que algo no se resuelva, convoca un comité. Ni se toman el trabajo de sonrojarse.