COMO si no tuviera bastante con lo suyo, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, se permitió meterse en corral ajeno y afirmó en una entrevista que le sorprende mucho encontrase los domingos todo el comercio de Bilbao cerrado. Del resto de las capitales vascas no decía nada, por cierto. De saque, el regidor de la capital de España exagera un tanto porque hace tiempo que la villa de don Diego no es ese páramo dominical que pretende. Otra cosa es que tampoco sea el paraíso (o, más bien, el infierno) del consumismo desaforado que es su ciudad. Muchas veces, con escaso sentido, por lo demás. Pues, si bien hay tiendas –mayormente, franquicias, y generalmente con género procedente del semiesclavismo– que están hasta los topes en hora punta de un festivo, también hay locales que levantan la persiana para casi nada.

Yo en esto no soy nada dogmático. Puesto que mi curro me lleva a estar a la orden independientemente de lo que diga el calendario (e incluso, el reloj), no me parece una barbaridad que haya una mayor actividad comercial en los días marcados en rojo. Porque, como llevemos al pie de la letra el principio bíblico de no hincarla el día del Señor, a ver dónde nos tomamos el marianito. Si lo piensan, la inmensa mayoría de nuestras posibilidades de ocio están unidas al trabajo de profesionales de un sinfín de sectores. La clave, por lo tanto, no la veo en el día concreto, sino en el sentido que tenga o no la apertura y, por encima de todo, en la existencia de unas condiciones laborales dignas, lo que vale igual para un miércoles por la tarde que para un domingo a mediodía.