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El sacacorchos

Jon Mujika

La fábula de la mecedora

La ansiedad es como una mecedora: te da algo que hacer, pero no te lleva a ningún lado. Acaba de comprobarse, con la gente, desorientada sobre qué hacer ante la oscuridad que se avecinaba por el apagón general, optó por dos caminos: salir a comprar alimentos o a beber a los bares. Ya ven, entre la intranquilidad y la congoja se escribió una fábula con moraleja: a nada que se desvíe el camino uno se pierde entre el consumo y el alcohol, dicho sea, por supuesto, en clave de ja. En clave de humor, para entendernos.

Algo más que la luz se apagó. La gente salió a la calle como si fuera la última oportunidad, como si en ese momento se jugara algo más que un simple día sin electricidad. La ansiedad, esa compañera incómoda que a veces se cuela sin avisar, se convirtió en protagonista, se agarró del brazo de muchos y salió de paseo. A que le diese el aire para serenarse.

Los supermercados se convirtieron en refugios y en escenarios de una especie de locura colectiva. Los estantes, que en días normales parecen eternos, se vaciaron en cuestión de minutos. La gente, con el rostro iluminado por la luz de los teléfonos y la urgencia en los ojos, compraba alimentos como si no hubiera un mañana. La ansiedad se transformó en una necesidad imperiosa de llenar el vacío, de asegurarse un poco de seguridad en medio de la oscuridad que se vaticinaba.

Luego estaban los bares, esos templos de la socialización, que en cuestión de horas se convirtieron en refugios improvisados. La gente buscaba en la bebida un alivio, una distracción, un momento de calma en medio del caos. La ansiedad se manifestaba también en las conversaciones aceleradas, en las risas nerviosas, en la necesidad de estar juntos, de compartir el miedo y la incertidumbre; en los cálculos sobre si eran Trump o Putin, dos fenómenos, quienes habían lanzado esta sutil advertencia: si te puedo quitar la luz cualquier día haré lo propio con tus tierras o con tu vida.

Es curioso cómo una simple falta de luz puede desatar una cadena de reacciones tan humanas y tan primitivas. La ansiedad, esa emoción que todos llevamos dentro, aflora en momentos de crisis. Al final, el apagón nos dejó una lección: que en medio de la oscuridad, lo que más necesitamos es sentir compañía, tener algo que dé seguridad, aunque sea solo por un rato. Porque la ansiedad, como la noche, pasa.