Hay cafés expresso de tres minutos y cervezas de cinco, como si marcase el ritmo de nuestras vidas la estadística que nos empuja a batir, queseyó, una plusmarca. La prisa, esa compañera inquieta, ha tomado el control. Uno de cada cinco pisos que salen al mercado se venden en menos de una semana. Es como si la ciudad misma respirara con un ritmo acelerado, donde el tiempo se acorta y la paciencia se vuelve un lujo.
En este teatro de la oferta y la demanda, los pisos son protagonistas que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos. La vivienda, ese refugio de sueños y memorias, ahora se convierte en un bien de consumo rápido, en una mercancía que se compra y se vende con la misma rapidez con la que se escribe un tuit. La velocidad de estas transacciones revela una ciudad que se mueve, que se adapta, que se transforma en un abrir y cerrar de ojos.
Pero, ¿qué queda en el camino? ¿Qué historias se pierden en esa carrera por la vivienda? Quizá, en esa prisa, se olvidan las raíces, las historias de quienes construyeron Bilbao con esfuerzo y esperanza. La vivienda express, esa que se vende en menos de una semana, puede ser símbolo de un Bilbao que se vuelve impaciente, que busca en la rapidez la respuesta a sus ansias de cambio, pero que quizás olvida que las raíces profundas no se construyen en un día.
En esta ciudad de contrastes, donde la modernidad y la tradición se entrelazan, la venta rápida de pisos nos invita a reflexionar. ¿Estamos comprando más que un espacio físico? ¿Estamos comprando también el ritmo acelerado de una ciudad que no quiere detenerse? La respuesta, como siempre, está en el corazón de Bilbao, en sus calles, en sus historias, en su gente que sabe que la vida no se mide en la rapidez, sino en la profundidad de sus momentos. El problema es que la oportunidad es pájaro de vuelo rápido.