Hay días en los que la realidad llega agitada y nos invita al movimiento, provocando nuevas posturas. Días como el de ayer en el que se habló de la tan esperada semipeatonalización de la calle García Rivero y de la posibilidad de transformar las aparatosas bañeras en ágiles duchas, con lo que conlleva de ahorro de agua y espacio. Si todo se mira con curiosidad descubriremos que crecerán las terrazas y ganaremos tiempo. No me digan que suena mal el negocio. Luego habrá que ver si se cumplen los plazos previstos y las conquistas anunciadas pero sonar, suena como los ángeles.
García Rivero, con su historia y su carácter, se convierte en un símbolo de lo que Bilbao puede ser: una ciudad que prioriza a las personas sobre los coches, que busca recuperar el espacio público para el disfrute de todos. La decisión de peatonalizar esta calle no es solo una cuestión de urbanismo; es un mensaje claro sobre cómo queremos vivir en nuestras ciudades. La peatonalización no solo mejora la calidad de vida, sino que también fomenta la interacción social. Las calles son el escenario donde se desarrollan nuestras vidas cotidianas, y al abrirlas a los peatones, les devolvemos su esencia.
No todo es un camino de rosas, ya lo sé. La peatonalización también trae consigo desafíos. Algunos comerciantes pueden sentir que la falta de tráfico rodado afectará a sus ventas, y es comprensible. Y parte del vecindario teme a la gente lanzada a la conquista de su calle, también lo sé. Pero aquí es donde entra la necesidad de un diálogo abierto y constructivo. La clave está en encontrar un equilibrio que beneficie tanto a los negocios como a la ciudadanía La experiencia de otras ciudades que han dado este paso demuestra que, a largo plazo, la revitalización del espacio público puede atraer a más visitantes y, por ende, más clientes. Cada paso que damos hacia un entorno más amigable es un paso hacia un futuro más saludable.