Pido permiso al director M. Night Shyamalan (o mejor dicho, al protagonista de la película, Bruce Willis...) para usar el título de aquella película de 2000 que nos dejó con la boca abierta, El sexto sentido. Una sensación es un tipo de sentimiento, recogido por uno de los cinco sentidos. Los granos de pimienta te darán una sensación parecida a la que te causarían un millón de diminutas agujas en la lengua. Se dice que algo es una sensación si resulta maravilloso y sorprendente. Tus padres te dirán que fuiste una sensación en la obra de la escuela. Todo el mundo quiso ir a ver Avatar cuando la crítica la consideró una sensación mundial.
Vengo ahora a explicarles eso del sexto sentido del que les hablaba antes. Cuando no hay pruebas físicas la expresión cambia, se habla de una percepción. Y, sin embargo, cuando uno percibe algo lo recibe como una verdad absoluta, por mucho que pruebas estadísticas lo contradigan.
La seguridad se ha fortalecido, dicen. Pero, ¿qué pasa cuando esa misma tranquilidad comienza a sentirse como un espejismo, un recuerdo difuso de tiempos que ya no existen, aunque los números de la delincuencia siguen siendo, aparentemente, favorables?
Lo curioso es que los datos oficiales no parecen contar la historia completa. Las estadísticas que se nos presentan son claras, frías, objetivas: “Ha bajado la criminalidad un X% en el último año”, dicen. Y, sin embargo, el aire en el vecindario es denso, como si todos estuvieran esperando, vigilantes, el próximo algo. La sensación de inseguridad no siempre responde a la matemática; es más visceral, más instintiva.
El miedo se transmite entre susurros al final de la tarde, se cierran las ventanas antes de tiempo, como si el sol fuera cómplice de una oscuridad que no siempre tiene que ver con la noche. Y ahí estamos.