He aquí un ejemplo de la tan cacareada fe del pueblo que tantas montañas mueve. Tras cuarenta años de sequía de títulos ya se consideraba casi milagroso el hecho de el Athletic ganase un título, por mucho que en el vestuario rojiblanco sigan rezando un Pedrenuestro antes de comenzar cada partido o que a Iribar, al propio Txopo al que rezaron novenas cuando contrajo unas fiebres tifoideas, con peregrinaciones a Begoña incluidas, se le haya considerado todo un dios de las porterías. Pero lo ganó. Consiguió tocar el cielo con sus manos en la final de Sevilla y el pueblo cantó, por fin, su aleluya. Esa felicidad llegó a todos los rincones de Bilbao, incluso a la Asociación Belenista de Bizkaia. Tanto es así que fue entonces, cuando Muniain levantó la Copa, cuando ya pensaban en rescatar un sueño largo tiempo acariciado: la construcción del belén de la Gabarra.
Hoy es una realidad. En el belén lucido en rojo y blanco adoran al Recién Nacido dos aficionados de cierta edad y en la sombra se intuye la presencia de doña Casilda Iturrizar. En los márgenes de la ría el pueblo se arracima y en el propósito de los belenistas se observa una ilusión nueva: que el venerado Athletic toque los corazones de la vieja Europa en esta temporada. En los cuarenta años de sequía de los que les hablé no hubo ni un solo infiel, así que es lógico pensar que ahora, cuando la estrella de Valverde les guía, el pueblo crea. Crea en el milagro continental.
El belén invoca a las fuerzas de la fe, esa actitud inquebrantable con la que se cree. Hasta el punto de que Bilbao admira al belén de la gabarra como si fuese el anuncio de un mundo nuevo. Lo visitarán, seguro, no solo como una rareza sino como una cita con la esperanza. Tan arraigada está la idea que no se ha escuchado una sola voz que hable de sacrilegio. El Athletic ha sido, es un será en Bizkaia un aliento, un clavo al que agarrarse, una salida de los tiempos negros. ¡Cómo no celebrarlo!