Hágase la luz sobre un Bilbao que, pese las inclemencias del día a día, es una ciudad pujante en su florecer. En estos tiempos de reflexión sobre el estado de la villa hay una verdad que sobrevuela cada detalle: la libertad de cada uno tiene que acomodarse a la libertad de todos. Es lo que se conoce como comunidad. En ocasiones es ahí donde hay que deshacer la madeja del autoengaño, digámoslo ahora, en los comienzos el curso. A veces las personas suelen tratar los problemas colectivos como si fueran la responsabilidad de otros y los éxitos de la ciudad como algo propio. No, no caigamos en la vieja trampa.

La experiencia de la vida nos enseña que una comunidad se desintegra en cuanto consiente en abandonar al más débil de sus miembros, así que debemos vigilar esas grietas en cuanto se detecten. Como también se hace necesario que la población no se utilice como rehén en cuanto surgen las discrepancias sociales, laborales o políticas. El servicio público, amigos y amigas, no es solo responsabilidad de quienes ocupan cargos en el gobierno. Cada uno de nosotros, miembros de la ciudadanía, tiene un papel que desempeñar. La participación activa en la vida comunitaria, el voluntariado y la defensa de los derechos ajenos son formas de servicio que enriquecen el tejido social. En este sentido, el servicio público se convierte en un esfuerzo colectivo, donde cada acción cuenta y cada gesto de solidaridad suma.

En encuentros como el de ayer, donde se produjeron dolorosos adioses y emotivas despedidas, fue una mirada con amplitud. A lo que fue Bilbao y a lo que quiere ser. Habrá días felices y tiempos duros, siempre los hubo. Por eso es necesario un pacto social, la promesa de que, más allá de las diferencias, hay un espacio donde todos somos iguales, donde cada voz cuenta y cada necesidad es atendida. 

Busquémoslo.