SE levantó con la primera luz gris y dejó al chico durmiendo y caminó hasta la carretera y en cuclillas estudió la región que se extendía al sur. Árida, silenciosa, infame”. Uno escucha el término carretera y viene a su memoria los trepidantes pasajes de la novela de Cormac McCarthy, La carretera, con la que ganó un premio Pulitzer y la angustias para miles de sus lectores. Si, para sacudirnos el desasosiego y el sinvivir de la novela saltamos al cine, ¡zas!, aparece aquella película icónica de Steven Spielberg, El diablo sobre ruedas, y la cosa no mejora, ¿verdad? Está basada en un cuento que relataba la persecución asesina de un camión de gran tonelaje al coche de un pobre hombre por carreteras secundarias norteamericanas. Cada plano acojonaba, hagan memoria.
Casi mejor pensar en horario de oficina y entrar en los despachos para hojear los memorandums sobre las carreteras de Bizkaia, menos siniestras que les acabo de recordar. No se conocen en ellas males tan macabros aunque si parece necesaria una manita de brea (o de cual sea el material que se emplea hoy en día para el asfalto...), un ajuste de los peraltes y/o las señales o cualquier otro efecto del desgaste. El plan es invertir seis millones de euros para su puesta al día. Para que todo vaya rodado y no nos dé un soponcio como esos de los que les hablaba más arriba, van a aplicar la vieja fórmula del carretera y manta.
Un tercio de ese dinero ya ha llegado a las arcas forales. Procede de los 51 contribuyentes a los que se va a aplicar eso que llaman el impuesto de las grandes fortunas. Uno escucha esta grandilocuente expresión y le parece que esos dos millones de tributación es peccata minuta. ¿Grandes fortunas y dos millones? Desde la ignorancia más absoluta y aplicando el sentido común se observa un desajuste. ¿Habrá que reservar una partida de ese presupuesto para que las cosas cuadren o se cumple con lo justo y necesario? No lo sé.