SE ha bromeado con esa imagen en multitud de ocasiones y en decenas de ciudades, en la mayoría de las urbes que están en continua renovación. Basta con que se abran diez, quince, veinte zanjas y salta una voz guasona que espeta algo así como “¡están buscando un tesoro!”, como si evocasen a John Silver, El Largo, en aquella Isla del tesoro que nació de la imaginación de Robert Louis Stevenson. Y más allá de la chanza hay una verdad oculta en esa expresión. No en vano, la regeneración permanente de una ciudad es uno de sus botines más preciados. Puestos en plan novela aventuresca traigamos hasta esta columna a otro de los grandes, Mark Twain, para recordar la fórmula con la que se gana un porvenir venturoso. “Explora, sueña, descubre. Busca el viento en tus velas”. Basta con que miren la ilustración cartográfica que acompaña a esta columna para que observen, sí señor, que las velas de Bilbao están abombadas. Van a todo trapo.

Llevan camino de dibujar un Bilbao más confortable, es cierto, pero de momento todo está boca arriba y con las ruedas delirando, como un coche volcado o con las sayas al aire. Con las tripas abiertas de par en par. Sobre la mesa de juego han lanzado cerca de 42 millones de euros, un all in que busca la mano ganadora que enriquezca la apariencia y los usos de la ciudad. Habrá quien piense que todo esto tiene su porqué. Que si se acercan las elecciones, que se acerca; que si se aproxima el fin de año y el cierre de los presupuestos, que se aproximan. Son los habituales descendientes del enanito gruñón. Sea cual sea la razón (incluso aunque no sea alguna de las citadas o no exista ninguna otra...) ver cómo una ciudad late y se ejercita para ganarle metros al mañana es todo un espectáculo. Y no les digo nada para ese ejército de jubilados que cada mañana salen de casa para disfrutar de las vistas.