LAS feroces llamas acuden donde las llama el viento, una pareja de baile que las mueve de norte a sur, como si fuese un bailarín de tango que marca un arrebatado ritmo. El fuego, que purifica o destruye, es, como nos dijo el mago Houdini, el más terrible de los elementos. Lo acabamos de comprobar en Bizkaia –en Enkarterri en sus orígenes, para más señas...– donde se ha vivido el incendio más pavoroso y atroz de las últimas décadas. Lo ha hecho, como les dije, al compás de los vientos. La sequía de los últimos meses ha provocado, a su vez, que la fiera encontrase un pasto a su gusto y el incendio forestal que aún persiste despierta el miedo de quienes se ven rodeados y la prevención de quienes se sumergen en la lucha contra el cara a cara.

Ya se lo dije. El fuego se caracteriza por reducir a cenizas todo lo que encuentre a su paso, así que esto lo podemos interpretar como una muerte o como un nuevo comienzo (de aquí viene su relación con el ave Fénix, ese ser mitológico que renace...). Por otro lado, también se le ha relacionado con el infierno, un sembrado repleto de llamas. Y a su vez se asocia con la lujuria y la sexualidad. Además, se le equipara con una energía comparable con ese impulso que nos da vida, con esa luz que nos guía en medio de la oscuridad.

Las cenizas que hoy embadurnan estas páginas no juegan con fuego, no corresponde hacerlo. La amenaza acecha, como una fiera salvaje vigila a su presa: con voracidad. El viento sur que seca la ropa en un santiamén y atonta al Athletic en el césped arma al fuego con un hacha para partir en dos las esperanzas de mucha gente, de muchos de los nuestros. El viento sur es un cabrón de siete leguas en días como estos. Habrá que estar alerta para que no nos adelante. Como muchos de ustedes saben, cuando el agua ha empezado a hervir apagar el fuego ya no sirve para nada.