ERA necesario algo así: la proyección de luces sobre las sombras. No en vano, durante la celebración del Día de la Mujer Rural ha clareado la realidad. Contra la oscura idea de que las mujeres son cuerpo de segunda en el agro vasco, un mero ejército de auxiliares, los números que brotan de la siembra de los estudios demuestran que no, que la suya es una participación en primera línea de fuego. Es un estilo de vida gratificante para quien escoge este camino, sí. Tan gratificante como duro de pelar. Los cálculos avanzan que tres de cada cuatro mujeres realizan labores de producción y manejo, que no se resguardan en las trincheras sino que salen a la luz del sol. La inmensa mayoría de las participantes en el estudio considera que su calidad de vida es muy buena o bastante buena. Ya se lo decía antes: quien vive en ese hábitat es feliz pese a las durezas. Puesta blanca sobre negro la realidad, hay algunos puntos en los que incidir. Una buena parte de las baserritarras sobrepasa los 50 años, con más de un cuarto de siglo de experiencia a sus espaldas. Trabajan en la producción y en la explotación agrícola, más allá de la idea de una buena parte de la población que les concede un papel de etxekoandre antes que de baserritarra. En el campo que produce, en ese que puede contemplarse como una fábrica agrícola y ganadera nunca sobran manos. La mujer y el hombre participan por igual pero son ellas las que se han reclamado, en más de una ocasión, la cobertura de determinadas necesidades que, sin embargo, sí tienen paraguas. El desconocimiento que tienen sobre las ayudas a las que pueden optar es un freno para un despliegue más espectacular aún. Informándolas, su porvenir será más halagüeño aún. Y les dibujará una sonrisa cargada de esperanzas. l