YA no se levantan nubes de polvo de tiza ni cae uno rendido (cada cual tiene sus querencias...) al oler los efluvios de los libros nuevos, recién salidos de la imprenta, impregnados por ese cóctel de tinta, papel, y goma que tanto embriaga. Hoy las enseñanzas van por otros derroteros, deambulan por los caminos de la digitalización que marca el modus vivendi de nuestro futuro más cercano, ese que espera a la vuelta de la esquina. Hoy, un día de estos, cuando se produce el anunciado regreso a las aulas se inaugura el curso, acabamos de recibir la primera lección, la triste enseñanza que se repite como antaño la lista de los reyes godos: no confiaré en un prójimo cualquiera, no sea que en su play list aparezca ese tema que tanto se teme: soy amigo de lo ajeno.

Lo vimos a lo largo de la última Aste Nagusia, cuando el más mínimo desliz le dejaba a uno incomunicado, sin teléfono móvil. Hay que extremar la vigilancia entre la muchedumbre, nos dicen. Lo acabamos de ver de nuevo ahora en un Instituto Gurutzeta, donde los aplicados ladrones se han llevado decenas de portátiles. No parece que les mueva el hambre de aprender a los manoslargas porque dudo que se hubiesen llevado los libros o un paquete de tiza. Hay que reforzar la seguridad en la soledad, nos vuelven a decir. De los viejos tiempos del colegio –uno es jesuítico, por si no se lo había dicho tiempo atrás...– creo que me quedaron un puñado de nociones bien grabadas. Muchedumbre y soledad eran términos antónimos. O por lo menos contrarios. De los nuevos tiempos de hoy me queda otra lección bien grabada: hay gente que vive del descuido, del despiste, de la distracción. Son tristes enseñanzas.

¿Qué más cabe decirles a los habilidosos? Desearles que no encuentren mercado para su botín y que en las horas muertas entre hurto y hurto abran uno de esos portátiles enriquecidos con conocimientos y saquen provecho de sus aprendizajes. Mira que pensar algo así. Soy un ingenuo. Tonto al cuadrado. l