RECUERDO habérselo leído en una entrevista o en alguna biografía prohibida o apócrifa, que son las que más y mejor y cuentan. Recuerdo habérselo escuchado a John Lennon cuando era uno de los reyes de los Beatles. “Era como estar en el ojo de un huracán. Te despertabas en un concierto y pensabas: Wow, ¿como llegué hasta aquí?”, decía. Parecía que te había acompañado en uno de aquellos veranos interminables de tres meses, cuando te preparabas en la universidad para comerte el mundo e ibas de concierto en concierto, de playa en playa; casi a tumbos.

Los conciertos, les digo, un hábitat habitual en según qué meses. Es por ello que no extraña leer que los hoteles cuelgan el cartel de “completo” en los días incandescentes del BBK Live, un festival que se ha convertido, dicho sea a modo y manera de metáfora y con el mayor de los respetos a los días de leyenda, en un Woodstock a la bilbaina. Aquella congregación hippie con música de rock que tuvo lugar desde el viernes 15 hasta la mañana del lunes 18 de agosto de 1969. Aquel festival se ha convertido en un momento fundamental en la historia de la música popular, así como en un evento decisivo para la generación de la contracultura. No creo que esta edición del BBK Live llegue a semejante rango, pero sí es verdad que se ha abierto un nombre en el paraíso de los festivales veraniegos. Ahora que el concierto de Metallica se encuentra en el alambre por el covid recuerdo un BBK Live en el que la legendaria banda tributó, confesado por ellos, uno de los mejores conciertos de su vida. Algo así ocurre en escenarios de este calado, efervescentes, en tierras donde la libre felicidad se contagia.

No sabías si el sudor era tuyo o de la persona que estaba a tu lado. Y los músicos decían que no es lo mismo tocar delante de un montón de gente saltando con tus canciones que tocar para un público que esta sentado mirándote. Éramos felices en el ojo del huracán.