LA actualidad reluce en las inmediaciones de San Mamés como ocurre cuando el Athletic avanza con sus armas, con el fútbol de toda la vida, hoy por hoy arrinconado por las últimas tendencias: por el fútbol virtual de tik tok, por el estallido de fichajes exclusivos y competiciones exclusivistas, como si fuesen socios de un club de golf legendario, el Saint Andrews, pongamos por caso, donde uno no puede entrar sin invitación; por ese equipo envuelto en celofán, un once a estrenar curso tras curso, como si fuese un traje nuevo. Quieren imponer su ley en la mesa de juego. O peor aún, quieren quedarse solos en la mesa de juego. O más lamentable aún, quieren hacerse con la mesa de juego.

En el fútbol de toda la vida, ese que iguala las fuerzas, participan compañeros de toda la vida, chavales que se hicieron hombres codo con codo, superando obstáculos, alcanzando, de vez en cuando, victorias imposibles, lamiéndose las heridas cuando todo se tuerce. Es ahí donde el Athletic es grande. Es ahí también donde el pueblo disfruta. Mucho más que una corporación, un holding de empresas o un estado nación.

Y puede decirse, además, que el fútbol de toda la vida es inmortal. Su porvenir no se deshace como un azucarillo en el café cuando venden unos y compran otros, sin otro objetivo que el beneficio económico o las ganancias en imagen –mejor dicho, en orgullo mal entendido...–, lo que se llama un lavado de cara.

A ese fútbol de toda la vida pertenece el siguiente partido de liga. Para empezar se juega un sábado a las 21.00 horas, unas coordenadas clásicas. Lo disputarán el Athletic embravecido por las olas que le llevan y un Rayo que siempre fue equipo de barrio (no sé ahora como están las entretelas del club...), ambos equipos entrenados por dos hombres curtidos en el sentido común: Ernesto Valverde y Andoni Iraola. En el fútbol de toda la vida ambos se ganaron un nombre sobre el césped (carreras largas, con éxitos espolvoreados con algún que otro fracaso, y la consideración de los espectadores...) y ambos trabajan hoy duro en el banquillo. No jugaron (al menos no lo recuerdo...) con botas de colores fosforitos. Uno era el 7 y otro el 2. Nada de dorsales como el 36 y el 57. Cada cual en su puesto y siempre mirando por el bien del equipo, más allá de las grandezas de cada cual.

Será un partido de ayer jugado hoy. Un encuentro en el que San Mamés aguarda a Berenguer, el león que está de dulce cara al gol y en el que desde Vallecas tendrán puesto un ojo en Izi Palazón, Oscar Trejo o Santi Comesaña, obreros en la fábrica. En este fútbol de toda la vida ambos equipos tienen credenciales y se han ganado el derecho a soñar. Saben que nada es imposible. No siempre.