L acto celebrado ayer en Gogora, Instituto Vasco de la Memoria, fue el colofón idóneo de unas jornadas en las que se ha mirado con sentido crítico pero con comprensión, con esperanza pero con realismo, a los diez años transcurridos desde el final de la actividad violenta de ETA. Memoria es, por encima de todo, el factor fundamental para poder considerar completada una etapa dolorosa de la historia de Euskadi. Memoria de los errores y los aciertos; del dolor y la injusticia; del desencuentro, la fractura social y la construcción de un espacio de convivencia, una labor en constante evolución. Inconclusa por definición de su naturaleza viva, aunque en disposición de acelerarse si se acomete con la voluntad de fijar unos mínimos estándares compartidos, principios de respeto, diversidad y derechos humanos. Estos días, con más claridad de lo habitual, hemos podido dimensionar cuán necesaria es la definición de esa memoria para proyectar un futuro. Una memoria inclusiva que permita aspirar a un futuro igualmente inclusivo. En ocasiones de modo inconsciente, en otras por una intencionalidad tacticista, la memoria se pretende reducir a la defensa de un relato. Ahí empiezan a fallar los pilares de esos principios compartidos. Derechos y libertad para ejercerlos no están sometidos al arbitrio de la conveniencia de una lectura interesada del pasado. Porque son aproximaciones parciales, que excluyen del acceso al derecho a recordar de quienes se identifican como rivales. Una memoria sincera no puede partir de la necesidad de autojustificar las decisiones del pasado que produjeron efectos indeseables. Tampoco de manejar a conveniencia los tiempos y las estrategias que los marcaron. Por encima de estas actitudes debe quedar preservada la base de la nueva convivencia: el reconocimiento mutuo del derecho a existir y pensar diferente y el descrédito de la violencia. La tentación de eludir lo peor de nuestro pasado, de enmascararlo en la versión más amable de nuestro presente sería un error. El propio objetivo de la convivencia inclusiva implica reconocer las divergencias y ampararlas. Explicitar el reconocimiento de los errores pasados, de lo que nunca debió suceder, es creíble si se hace en primera persona y no proyectándolo como responsabilidad ajena o sobrevenida. Memoria es verdad, justicia y reparación. Los relatos paralelos son una distracción.