AS elecciones a la Comunidad de Madrid que tendrán lugar mañana han sido consideradas y concebidas por muchos de sus protagonistas directos e indirectos como una suerte de ensayo o primera vuelta para unos futuros comicios generales, tal vez adelantados, en función de los resultados que arrojen las urnas. Quizá esta caracterización explique -aunque solo en parte- la agobiante saturación y sobreexposición de todo lo que de alguna manera ha tenido que ver con el 4-M, desde los candidatos y sus mensajes -que, en realidad, importan y afectan muy poco a la ciudadanía no madrileña- al fangoso ambiente en el que se ha desarrollado una de las campañas electorales más sucias y agresivas y menos propositivas y edificantes que se recuerdan. Un indigesto cocidito madrileño servido a todas horas, plagado de ingredientes caducados y pésimamente presentado. Desde el mismo momento en que la presidenta, Isabel Díaz Ayuso, anunció la convocatoria de los comicios hasta el fin, ayer, de la campaña, el terreno de juego político ha estado marcado por una batalla entre los bloques de derecha e izquierda en la que en cada uno de ellos ha primado el extremo frente a la moderación, el exabrupto frente a las propuestas concretas y reales a la ciudadanía, la descalificación, el insulto y la exclusión frente a las ofertas de diálogo y acuerdo. Esta radicalización, instigada por la propia Díaz Ayuso, explica también los lamentables incidentes que han salpicado la campaña, desde las amenazas -recibidas prácticamente por representantes de todos los partidos- hasta las agresiones. La normalización -en realidad, blanqueamiento- y excesivo protagonismo concedido a la extrema derecha tanto por los partidos como por los medios de comunicación y el afán de Ayuso por adoptar con plena naturalidad y sin excesivos filtros el discurso de Vox, ilegítimamente camuflado de apuesta por una falsa "libertad", tiene mucho que ver con este peligroso caldo de cultivo. A ello hay que añadir, además de los precedentes de gobiernos del PP apoyados o integrados por Vox en el Estado, la absoluta falta de escrúpulos éticos de Ayuso, que no dudará en recibir los apoyos que probablemente necesite de la extrema derecha para mantenerse en el poder. La izquierda, mientras, fía el sorpasso a una improbable movilización masiva del voto. Dos recetas para un mismo plato ajeno a los gustos, modos y procederes de los vascos.