L dato es durísimo: según el informe hecho público por Emakunde ayer, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, la Ertzaintza registró en Euskadi el pasado año 5.518 casos de violencia machista contra 4.419 mujeres y al menos otras tantas víctimas no habrían llegado a presentar denuncia, lo que sin duda se verá agravado este año 2020 como consecuencia de la pandemia. Es decir, la violencia machista causa alrededor de nueve mil víctimas anuales entre nosotros o, lo que es lo mismo, de cada cien mujeres de entre 15 y 80 años residentes en la CAPV (870.000), una sufre violencia física, en más de nueve de cada diez casos causada por su pareja o en el seno de la familia. El drama no es nuevo. Muy al contrario, la sociedad vasca ha avanzado sobremanera en la admisión, concienciación y, en definitiva, visualización del mismo durante la última década; pero lo que logra es más un continuado, también limitado, aumento de las denuncias que una reducción de los casos reales. Limitado, sí: en 2018 se había producido un incremento de los casos denunciados del 5,5% respecto a 2017 y el pasado año ese incremento fue del 4%, 175 mujeres más. Y sigue siendo en el tramo de edad inferior a los 30 años donde más crece. No es o no solo es, por tanto, cuestión de escudriñar de nuevo en la legislación, aun siendo esta imprescindible, ni siquiera de mejorar las herramientas para el control y la persecución de lo que es un execrable delito. La primera existe y aun si puede ser todavía mejorable es asimismo lo bastante rotunda en todos los niveles. Y aunque no siempre logran llevar a la práctica la voluntad expresada en la ley, las segundas, en cuanto a protección de las víctimas, se ponen en marcha en todas los casos denunciados y más de ochenta mujeres vascas viven en la actualidad con escolta permanente o esporádica. La realidad es que la violencia machista es un problema universal de raíces históricas que ni siquiera el desarrollo humano logra erradicar. Sigue sin haber otra vía, en realidad, que la de reincidir en la educación, la de interiorizar que la violencia machista es la consecuencia más brutal de las múltiples que produce la desigualdad todavía existente, persistente, en nuestra sociedad. Pese a aquellos que todavía la desdeñan o niegan.