TRAS el tercero de los cinco días de huelga convocados esta semana por los sindicatos en demanda del convenio en el sector del metal, la polémica por ciertas actitudes agresivas en alguna movilización y la afección general provocada por otras han contribuido a la dimensión pública y notoriedad informativa de la convocatoria pero entraña el riesgo de que hasta desvirtúe el propósito con que ELA, LAB, CC.OO.y UGT llamaron a secundar los paros. La defensa de la huelga como mecanismo de los trabajadores para proteger sus derechos, que históricamente se ha mostrado eficaz en ese propósito, no puede, en todo caso, ponerse en entredicho. La mera pretensión de limitar su ejercicio supondría abrir una vía de objeción a un derecho sobre el que no cabe discusión. Y sí, efectivamente, las movilizaciones que acompañan a las huelgas suponen engorros e inconvenientes a quienes no las protagonizan; no en vano es el modo de que la reivindicación laboral se visibilice y, en su caso, obtenga comprensión o respaldo de la sociedad. Ahora bien, sentado el derecho incuestionable -y explícito en la normativa laboral-, de los trabajadores, y por tanto de los sindicatos que les representan, a convocar huelgas y acompañarlas de movilizaciones y admitida la necesaria comprensión de los inconvenientes que estas pueden llegar a generar, conviene matizar respecto a los límites de las actitudes que causan dichos trastornos. Por ejemplo, si cuando la labor “de información” supuesta a unos piquetes se convierte en irracional destrozo de bienes no cabe el escapismo de minimizarlo como accidente puntual atribuido a actuaciones individuales que aprovechan el paraguas de la convocatoria. Las centrales sindicales convocantes son corresponsables de proyectar los límites de la legitimidad y su desborde, así como de censurar con contundencia sus excesos. El vandalismo merece la consideración de delito y no cabe darle cobijo en el ámbito de su huelga. Si la movilización es el modo de dar visibilidad a las reivindicaciones, su ejercicio debe ser siempre razonable y evitar la colisión con derechos ajenos. La afección a la actividad cotidiana que logró ayer un centenar de manifestantes a primera hora de la mañana en Bilbao fue a costa de lesionar derechos cívicos ajenos con una actitud abusiva. No se compadece llevar la conflictividad a la calle y demandar la adhesión social a la causa que la motiva cuando en el proceso se la agrede.