UNA frase del discurso del lehendakari en el pleno de política general del Parlamento Vasco define la situación: “El mundo está en hilvanes”. Efectivamente, el mundo, todo lo que rodea a la responsabilidad de Iñigo Urkullu, que es Euskadi, se presenta teñido de incertidumbre. A nivel estatal, por la incapacidad para el acuerdo político y la priorización de los intereses partidarios sobre los generales, aderezada con dosis notorias de indolencia en quienes deberían asumir el liderazgo institucional, que se traduce en una expuesta parálisis. Indeseable por sí misma, esa tesitura lo es aún más insertada como está en el desasosiego europeo por el Brexit y sus consecuencias, ignotas; y por la lenta inclinación de Alemania hacia la desaceleración económica con su efecto dominó en las economías europeas. Y aún más con la UE tratando de hallar un sitio que no encuentra en el contexto de crisis global: geostratégica, energética, climática e incluso moral o de principios si se quiere. Otras dos frases de Urkullu definen también su propósito -“Preservar la estabilidad”- en lo que atañe a su responsabilidad, que es Euskadi; y su receta, idéntica a la que propuso hace casi tres años al ser investido: “El diálogo y el acuerdo para encontrar soluciones a los problemas”. Sin duda, por la consciencia del equilibrio de fuerzas en el parlamento, pero no menos por su convencimiento personal en el método que ha funcionado durante tres años como el idóneo para completar la legislatura con solvencia. En realidad, en un entorno de inestabilidad e incertidumbre, de irresponsabilidad incluso, Urkullu ofrece la seguridad de un modelo de consenso que, con limitaciones, muchas veces impuestas desde el exterior, ha sido eficiente en cuanto a la recuperación socioeconómica y la normalización política de nuestro país, también en la búsqueda del máximo desarrollo de sus capacidades. Pese a las respuestas de la oposición, algunas más contenidas, otras ciertamente forzadas en el tono debido a la exigencia del inmediato horizonte electoral en el Estado, Urkullu ha dado inicio al último cuarto de su segunda legislatura sin estridencias, desde la sobriedad que ha caracterizado sus dos mandatos y en asunción de la máxima ignaciana: “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos”. Búsqueda de consenso pero con objetivos claros.