NO puede ser más impresionante la imagen de satélite del incendio en la Amazonía ofrecida esta semana por la NASA. Más de 500.00 hectáreas de bosques y pastizales en rojo, la mayor reserva de la biodiversidad devastada solo en la parte brasileña. Uno los pulmones para contener el calentamiento global del planeta agoniza. El peligroso cóctel de cambio climático, las talas indiscriminadas y los incendios provocados están transformando la Amazonía en una gran pradera en manos de filiales de grandes compañías, aunque para Balsonaro la culpa de los incendios sea de las ONG que pretenden dañar la imagen del Gobierno. Un presidente que oculta los datos de deforestación (creció un 88,4 % en junio respecto al mismo mes del año anterior) y tan poco sospechoso como que retiró de la Fundación Nacional del Indio la competencia para la demarcación de tierras indígenas, que eligió al frente de Agricultura a la líder del grupo parlamentario del agronegocio, y que se está cargando el Fondo Amazonía cuyo dinero procede de países como Noruega o Alemania que ya han manifestado la retirada de inversiones. Son muchos los intereses en juego. Cientos de hectáreas que se convierten en plantaciones agrícolas, zonas de pasto para el ganado, para construcción de grandes carreteras, la extracción de madera y actividades mineras, muchas de ellas de dudosa legalidad. Desde los años noventa han crecido exponencialmente las áreas de cultivo destinadas a plantaciones de soja (Brasil es el principal exportador mundial para pienso animal) y de aceite de palma. A su vez, Brasil es junto a EE.UU. el principal exportador de carne del mundo. Pollos, cerdos y vacas se alimentan de forma especulativa de esta soja y terminan en las estanterías de las grandes superficies comerciales de EE.UU. y Europa, y ahora también en manos chinas. Restaurantes de comida rápida, concesiones mineras y otros grandes lobbys para los que la Amazonía es fuente de materias primas de todo tipo. Mucho fuego cruzado y mucho dinero.