TRAS el lamentable y desolador pulso que ha tenido lugar en los últimos días entre España, Italia y la ONG Open Arms en torno al centenar de migrantes rescatados y que se encuentran a bordo del buque frente a Lampedusa, la decisión del fiscal italiano de ordenar el desembarco inmediato de todos ellos parece ofrecer una luz al final del túnel a una crisis humanitaria de especial gravedad. Pero se trata de una salida excepcional, de urgencia, tomada en último término ante la “explosiva situación” a bordo y que no supone en modo alguno la solución real, digna y factible a un drama que se viene repitiendo desde hace muchos meses y que sin duda va a seguir produciéndose. La realidad del Open Arms, cuyos ocupantes han estado veinte días bloqueados en condiciones muy precarias y sufriendo una constante vulneración de derechos, había llevado a los migrantes a una situación límite por el deterioro físico y psíquico que padecen. De hecho, ayer hasta 15 de los ocupantes del buque saltaron al agua presos de la desesperación. Por ello, la opción que había tomado el Gobierno español de enviar un buque de la Armada para asistir y trasladar a los migrantes a Mallorca, previa a la decisión judicial italiana, llegaba de nuevo tarde y mal. Es obvio que a esta situación se ha llegado por la negativa de Italia, en una posición liderada por el ultraderechista viceprimer ministro y responsable del Interior, Matteo Salvini, a que el Open Arms atraque en uno de sus puertos. Y ello merece una contundente condena política y probablemente también judicial. Pero ha sido la desidia absoluta, la incomprensible falta de previsión, coordinación y acción por parte de los Estados y de la Unión Europea lo que ha llevado a la insostenible situación a bordo del Open Arms, con riesgo real de pérdida de vidas. Mientras se ha abierto la esperanza para 107 migrantes, el Ocean Viking, con 356 rescatados, sigue a la espera de permiso para atracar. Es la prueba de que la solución, que debe ser urgente, está aún por llegar. Y la UE sigue inactiva.