EL retrato de ese pulso visceral y retórico que mantienen EH Bildu y el Partido Popular interiorizado en el ADN de ambas formaciones ha quedado plasmado esta semana en el extemporáneo cruce de reproches en el Parlamento Vasco con motivo de la aprobación de una iniciativa sobre torturas que, contra lo que pudiera parecer por la escenografía elegida por ambas fuerzas, contaba con el respaldo unánime de la Cámara. Esa persistente forma de hacer política desde el atrincheramiento es uno de los principales lastres de la vida política vasca que, no obstante, no evita que las diferencias entre fuerzas de la oposición coadyuven en la misma dirección cuando se trata de bloquear la acción política del Ejecutivo de Iñigo Urkullu. Dos de los ejes de actuación política centrales en Euskadi se ven permanentemente empantanados por esa estrategia. Ayer mismo, Arnaldo Otegi volvía a reprochar a Ajuria Enea y el PNV una supuesta pretensión de dejar fuera de los consensos sobre nuevo estatus a la coalición abertzale. Para ello, Otegi se abstrae de su propia actuación fuera de lugar durante la última campaña electoral en la que, contra toda lógica, anunció la presentación de un articulado completo unilateral y alternativo al trabajo de los juristas encargados de su redacción en la ponencia sobre autogobierno. Lo extemporáneo de la iniciativa y su indisimulada instrumentalización electoral quedaron en evidencia tan pronto pasó la cita con las urnas. Desde entonces, EH Bildu ha rebajado el tono y reorientado el desafío hacia la canalización de los trabajos al único foro autorizado para acometerlos: la propia ponencia. Una decisión oportuna que sigue rodeándose de cierta soberbia a la hora de explicar esa marcha atrás. Excusatio non petita. También ayer, Carmelo Barrio justificaba a su vez la ausencia del PP de la ponencia de memoria y convivencia por la actitud de la izquierda abertzale hacia el pasado de terrorismo de ETA. Distanciarse del trabajo en pos de la normalización cuando es una herramienta precisamente muy útil para condenar la violencia de ETA no es sino una actitud obstruccionista. Ambos extremos siguen retroalimentándose de la postura del otro para no asumir iniciativas valientes en primera persona. Cuando el tercer eje de la vida política del país -el socioeconómico- se afronte a través de los presupuestos tendrán ocasión de reconducir su estrategia o atascarse, atascarnos a todos, en ella.