NI en sus mejores ensoñaciones hubiera esperado Carles Puigdemont llegar a ser imprescindible para la continuidad y estabilidad de un Gobierno español progresista. O, por el contrario, que dependiese de él una más que posible vuelta atrás ultraderechista. Ni se le habría pasado por la cabeza tanta trascendencia personal a aquel periodista que llegó a alcalde de Girona desde las filas más independentistas de CiU y a president de la Generalitat como condición impuesta por la CUP para evitar la reelección de Artur Mas. Le tocó liderar el procés abrumado por la presión de una Catalunya movilizada hasta el arrebato, vivió el agobio de titubear entre la proclamación unilateral de la DUI o convocar elecciones quedando como un botifler, traidor, cobarde, “cagao”. Carles Puigdemont huyó hacia adelante y proclamó una República de Catalunya que duró segundos. Luego, tras la embestida de los tercios policiales y judiciales españoles, Carles Puigdemont se convirtió en referente del irredentismo catalán desde su destierro en Waterloo.

La endiablada aritmética electoral le ha colocado en clave imprescindible para que el país continúe hacia el progreso o retroceda hacia el abismo de la derecha extrema. Protagonista y centro de la escena política, consciente de que es su momento, Carles Puigdemont ha hablado, por fin. Ha hablado para los que necesitaban oírle, porque se esperaba su discurso para tirar o no hacia adelante con el progreso. Ha hablado, indiferente a que los ultras españoles se desdigan del diálogo pendiente con ese personaje al que califican de prófugo cuando se trata de exiliado.

Carles Puigdemont ha hablado y, la verdad, no ha sido para tanto. En vísperas de la Diada, era de esperar un discurso incendiario superando en radicalidad al ya alto precio que plantean sus rivales de ERC para negociar el apoyo a la investidura de Pedro Sánchez. El exiliado de Waterloo, desde su inesperada condición de indispensable, no ha pronunciado un discurso de máximos, que de la autodeterminación y el referéndum ya se irá hablando. Puigdemont, en su momento cumbre, ha centrado sus reivindicaciones en una especie de “qué hay de lo mío” y exige a Sánchez ser amnistiado por ley, antes de hablar de la investidura. La independencia, la unilateralidad y el referéndum quedan en el horizonte.

De todo ello ya se hablará cuando haya que hablar y se negociará lo que haya que negociar. Acelérese la amnistía y vuelva el expresident de la Generalitat como líder del independentismo catalán aunque sea venido a menos, dejando en la sombra al opaco Pere Aragonès con sus reivindicaciones en segundo plano.

Llegó, pues, Carles Puigdemont el imprescindible, para facilitar la investidura de Pedro Sánchez, llegó exigiendo ser amnistiado y convencido de que los aspirantes a gobernar España ya se las apañarán para calzarlo en la ley.

Puigdemont sueña con un regreso apoteósico, quién sabe si hoy mismo como número extra y clandestino de la Diada. Para la España cañí, una, única e indivisible que acostumbra a conservar y defender la derecha extrema, suena duro que en tan poco tiempo se dé por amortizada la amnistía del procés, pero ya pueden irse haciendo a la idea porque es muy posible que sea inevitable.