La Europa del desencanto: entre la seguridad y la desconfianza
Europa atraviesa un tiempo de introspección. A pesar de haber sorteado una pandemia, una guerra en sus fronteras y una crisis energética sin precedentes, la Unión se enfrenta ahora a un desafío más silencioso, pero igualmente decisivo: la erosión de la confianza. La desafección política, la fatiga social y la sensación de distancia entre las instituciones y los ciudadanos se extienden incluso en los países más europeístas. La seguridad y el control han desplazado a la esperanza y la solidaridad como eje del discurso público. En los pasillos de Bruselas, se percibe el cambio de tono: la Europa de la integración se repliega, la de la autoprotección gana terreno.
CERTEZAS IMPOSIBLES
La causa de este desencanto no es solo económica ni coyuntural. Europa vive un cambio de paradigma emocional. En una sociedad marcada por la incertidumbre —tecnológica, climática, geopolítica—, los ciudadanos buscan certezas que las instituciones europeas no siempre saben ofrecer. El proyecto comunitario, que nació para superar el miedo, parece hoy hablar en el lenguaje de la precaución. Se promete estabilidad, no ilusión; orden, no futuro. El sueño europeo, construido sobre la cooperación y la confianza, se ha vuelto administrativo. Bruselas regula con eficacia, pero inspira con dificultad. Y cuando la emoción se ausenta, la política pierde su alma.
FALTA DE COMUNICACIÓN, FALTA DE ILUSIÓN
El auge de los discursos ultranacionalistas y euroescépticos no se explica solo por el descontento social, sino por el vacío de relato europeo. Las campañas se llenan de cifras, pero escasean las visiones. La Unión actúa, pero no comunica; protege, pero no emociona. En ese hueco crecen las voces que prometen una seguridad inmediata, aunque sea a costa de la apertura o de los derechos. Europa ha logrado construir una comunidad de normas, pero no siempre una comunidad de propósito. La defensa, la migración, la economía verde: todos los grandes debates giran hoy en torno al miedo, no a la confianza.
EL CIUDADANO COMO CENTRO DEL RELATO
Recuperar la fe en Europa exige algo más que nuevos fondos o directivas: requiere un relato que vuelva a situar al ciudadano en el centro. La seguridad no puede ser el sustituto de la esperanza. La Unión debe atreverse a hablar de dignidad, de justicia y de pertenencia con la misma energía con que habla de reglas y porcentajes. Solo así podrá reconstruir el vínculo emocional que la sostuvo durante décadas. Porque una Europa sin entusiasmo es una Europa vulnerable; y el mayor riesgo para su futuro no está fuera de sus fronteras, sino en la pérdida de la fe en sí misma.
