LA cuarta temporada de El cuento de la criada, estrenada el miércoles en HBO, arranca con Aretha Franklin y termina con Carole King en dos canciones que exaltan la súplica femenina.

Y en medio, la historia de una lucha contra la dictadura teocrática de Gilead que reduce a las mujeres a la mínima condición social como esclavas sexuales, siervas o guardianas sometidas a los hombres.

¿Ficción? Solo en apariencia, porque esto ya ocurre en los regímenes islamistas, mientras en occidente (también en el Estado español) la extrema derecha avanza para impedir la igualdad entre personas.

La novela de Margaret Atwood, escrita hace casi 40 años, anticipaba lo que hoy es una certeza.

El azar quiso que su conversión en producto televisivo coincidiera con el movimiento feminista #MeToo contra el silencio del abuso sexual y la serie pasase a la categoría de culto.

Los primeros capítulos (el tercero dirigido por la actriz principal, Elisabeth Moss) nos llevan a la rebelión de las mujeres, organizadas en el grupo de resistencia Mayday, como la llamada de socorro. "Somos Mayday, no nos escondemos, luchamos".

Pero han de pagar un precio muy elevado de asesinatos y tortura. Inevitablemente, en este choque desigual aparece la venganza contra los hombres más abyectos. Hay sacrificio y traiciones. Y hay amor infinito. Se han rebajado las imágenes de violencia explícita a cambio de una estética emocional en la que abundan los planos cercanos y la cámara lenta. Con menos acción el relato sube en intensidad moral. Esto va de valores y no de heroínas que asaltan el poder.

June/DeJoseph y demás supervivientes de ficción constituyen la antítesis de las Ayuso y Monasterio reales, seguidoras de Trump y sus comandantes. Quizás Madrid quiera homologarse a Gilead a partir de mañana con un gobierno netamente fascista. Voy alistándome a Mayday.