hoy será la sentencia del juicio final. Estén atentos a sus pantallas porque este lunes asistiremos a una exhibición sociológica sobre los complejos y contradicciones de los españoles y los catalanes, por separado. Un Real Madrid-Barça en la liga del relato. Dos mundos diferentes en un Estado donde la democracia empezó mal y empeora con los años. La información lo va a ser todo; pero no del veredicto del Supremo, sino de las emociones derivadas. Los pueblos se dividen según sus sentimientos. Lo que decidan los jueces causará gozo en España e ira en Catalunya; o puede que -pronóstico improbable- sea al revés. En todo caso, no habrá empate, que sería lo deseable: ganará uno y perderá otro. ¿Qué han previsto los medios para contener las muestras desaforadas de alegría y tristeza, para que los debates no provoquen más daño que el ya causado y no agraven la situación ahondando en la ruptura?

Nadie ha pensado en atenuar los efectos sociales del fallo porque hay elecciones a la vista entre partidos incapaces de pactar. ¿Por qué habrían de acordar ahora un poco de cordura? Temo el furor informativo y que las tertulias políticas de la tele se diriman a cuchillo. Hablarán, dichosos, los favorables al escarmiento y replicarán, abatidos, los indignados por la injusticia. Será como la película de Amenábar sobre Unamuno, la historia de cómo la inteligencia sucumbió ante la fuerza.

Esta es otra guerra que envía a prisión a la épica. Micrófonos y cámaras saturarán hoy el Supremo victorioso y la Catalunya herida. Y entonces, por su lealtad profesional y libre de la censura del 155, TV3 se volcará como canal de resistencia, actuando de barrera contra la intoxicación y la ofensa a una comunidad entera. La radiotelevisión vasca transmitirá la solidaridad de Euskadi. Ahora sí, con Catalunya humillada, comienza la campaña.