Entre las 370 medidas de Pedro Sánchez “para un gobierno progresista” no hay ninguna para abolir la telebasura. Y eso que es una prioridad pública. Nos habría evitado la última fechoría, cuando la manada de cuervos -y cuervas- de Telecinco, oliendo la sangre de Blanca Fernández Ochoa, decidieron que la historia trágica de esta campeona de la vida, mujer de sonrisa limpia en su eterna cara de niña, fuese su podrido banquete y el refocilo de las comadres en Sálvame, donde toda degradación e infamia tienen cabida. Y así fue que Carlota Corredera en los días de la búsqueda y Paz Padilla, de luto riguroso, el miércoles en que fue hallado el cadáver, dirigieron el aquelarre del ultraje, ante mortem y post mortem, de la medallista olímpica.

¿Por qué una exdeportista de élite, completamente ajena al mundo de la farándula y el alcahueteo nacional, fue raptada y engullida como carroña en el basurero de la tele? ¿Qué mente retorcida tuvo la idea de elegir el drama de esta delicada señora para dar de comer a los miserables que se alimentan de estiércol cada tarde? El crimen cometido contra Blanca es de los peores en su especie y sus autores y cómplices van a quedar impunes. Y en él persistirán el tiempo que necesiten para encontrar detalles morbosos de la desaparición y muerte, todo para aportar más dolor a la familia y mejor sustento a la plebe.

Y si con este espectáculo Telecinco añade un delito más a su periplo de bazofia, las demás cadenas se han pasado de la raya. Al igual que el dispositivo policial, la información ha sido desmesurada, en horas eternas y también maliciosa en el relato. Han hecho más daño que servicio y han soliviantado a la comunidad hasta el desbordamiento emocional. España es un país sin gobierno, literalmente: en funciones sus políticos y en defunciones sus televisiones.