sI una sola palabra, relator, es suficiente para que la peor política soliviante los ánimos en la calle, es que andamos escasos de diálogo. En la televisión se practica poco y mal. En Sálvame unos dos millones de personas cada día asisten con gusto a la perra maledicencia. Apenas hay espacios para hablarse y escucharse con respeto e inteligencia.

Con Salvados, de título parecido, pero opuesto en estilo y contenido, Jordi Évole logra las noches de los domingos un equilibrio imperfecto entre el interés informativo y la exposición personal de los entrevistados. Sus conversaciones son pura pedagogía, aún con el riesgo de fiarlo todo a la palabra en un modelo audiovisual sustentado en el espectáculo. De Sálvame a Salvados hay la misma distancia que entre la España del agravio y la sociedad que se rebela, piensa y acredita su dignidad; median cien años de cultura.

El éxito de la entrevista de Évole al terco Maduro, con más de 3,5 millones de espectadores y su impacto en los medios internacionales, es una esperanza frente al desprecio, la razón contra la rabia.

A la misma hora, en Cuatro, Risto Mejide, el entrevistador del antifaz, apenas sobrepasaba el millón de seguidores, quizás porque su narcisismo canibaliza el coloquio. Para ser entrevistado por Jordi hay que ganárselo y estar dispuesto a las preguntas difíciles. Para que te interpelen Mejide y Ana Pastor basta con ser famoso en declive o político locuaz.

Si Sánchez buscaba un relator lo tenía en Évole. Es catalán, conoce la realidad de aquel país, es neutral entre el independentismo y el 155 y ha demostrado su destreza para sentar a la mesa a gente muy diversa, como cuando juntó a Junqueras con una familia andaluza en una charla leal. O ayer mismo, reuniendo a Arrimadas con Montero. Necesitamos más diálogo en España y Catalunya: más Évole, por favor.