OCHE feliz: San Mamés celebró la superioridad incuestionable sobre el Atlético de Madrid en una jornada de lo más provechosa. Alegría entre la afición al comprobar que el equipo de nuevo toca con los dedos el objetivo que se propuso en el arranque de la temporada. Sobre el césped, casi todo salió a pedir de boca, de entrada por abrir el marcador muy pronto, en una jugada afortunada que sin embargo reforzó la confianza de unos jugadores muy perseverantes en el esfuerzo colectivo sin balón. Para entonces habían expuesto sus intenciones con nitidez y la ventaja ayudó a orientar favorablemente la contienda, sin dar opción al tanteo o a que el adversario creciese. Correcta y premiada la puesta en escena. Luego, otra vez quiso el destino recompensar a quien más méritos acumulaba: quizás en la fase más crítica, el Athletic se encontró con el empujón de un penalti evitable para blindar el triunfo.

Penalti que colocó el foco sobre la figura de Iñaki Willliams. Expectación. Un lanzador distinto, otro más para tratar de enderezar una estadística muy pobre. Y el hombre pues se inclinó por una ejecución desde los once metros que sorprendió a todo el mundo, no únicamente a Oblak, que se estiró a un costado mientras la pelota describía una suave parábola antes de besar la red por el centro de la portería. A esta sutileza que ha quedado para la historia asociada a Antonin Panenka, centrocampista de la Checoslovaquia campeona de Europa en 1976, que certificó ante Alemania el título en la tanda de penaltis con esa arriesgada modalidad de disparo, se apuntó anoche el mayor de los Williams para regocijo de una concurrencia que se frotaba los ojos. La verdad es que el foco ya le perseguía antes, pues el gol fue la guinda a una gran labor basada en el derroche, la generosidad y la constancia.

La severa zaga enemiga nada pudo oponer para neutralizar el impacto de las carreras de Williams en un partido exento de florituras, con la salvedad comentada. Fue un duelo caracterizado por el currelo concienzudo, donde la intensidad local se reveló un martirio para los chicos de Diego Pablo Simeone. A ver, cabía prever que fuese una batalla muy física, cómo no además áspera, y en este sentido no defraudó. Mejor dicho, el que no defraudó fue el Athletic, que no paró un instante y ejerció una presión sistemática en campo rival que resultó determinante. Ello alternado con un repliegue, cuando tocó, no menos eficaz.

Es cierto que durante los minutos previos al descanso, el Atlético avanzó líneas y hasta gozó de un par de buenas oportunidades, así como que en la reanudación pareció que esa tónica tendía a estabilizarse, de hecho se vio adornada con un golpe franco que Griezmann estampó en el larguero. Pero qué menos que conceder eso, un par de ratos a lo largo de casi cien minutos, a un conjunto de primer nivel que tampoco puede decirse que lograse rentabilizarlos porque en absoluto pudo someter al anfitrión. La impresión fue que el Atlético vivió a expensas de la propuesta ajena, impotente para rebatirla con argumentos serios, frustrado ante el empeño y la solidaridad invertidos por la tropa de Marcelino.

Un juego sin concesiones a la galería, que cabría describir como un impulso continuo, muy difícil de sostener para quien lo hace y por supuesto muy difícil de contrarrestar para quien lo padece. El Atlético carecía de esas décimas de segundo para levantar la cabeza, pensar, asociarse, siquiera amagar una salida hacia sus inéditos delanteros mientras las camisetas rojiblancas se multiplicaban para recuperar rápido y volver a percutir. La ausencia de finura para atacar se suplió con las piernas de Iñaki Williams o las de su hermano y el empuje de todos, claro, para acompañar y asegurarse que la acción moriría cerca del área contraria, sin posibilidad de retorno.

Así, pegajoso y decidido, el Athletic le negó hasta las migas al Atlético, por más que Simeone tirase de lista para buscar ingenio y profundidad. Primero cambió de tres a dos centrales y con 2-0 transformó la media y la delantera. En vano. Aunque Oblak no intervino más, su colega solo pasó por un susto, un desvío de un defensa que estrelló un remate en la madera. Eso sí, reseñar que fue en el tiempo añadido.