EL cruce con el Elche volvió a poner de manifiesto la realidad vital en que el Athletic es el denominador común de la mayoría de sus actuaciones. La magnitud del problema se refleja en las estadísticas y se deja sentir tanto en su trayectoria global en este tiempo como en cada partido que juega, con contadas excepciones. La consecuencia de esa limitación resulta muy difícil de compensar o subsanar. Sin pegada cuesta bastante más obtener resultados favorables, está comprobado que no suele bastar con rendir bien en otras facetas del juego para imponerse a los rivales. Puede dar fe de ello el Athletic, al que justificadamente se le atribuye un balance defensivo notable y se distingue por un despliegue físico superior al de un montón de sus adversarios.

Con todo lo escrito hasta aquí no se descubre nada, pero claro estamos hablando de una constante, de algo que caracteriza al equipo con Marcelino, los técnicos que le antecedieron. Sea cual sea el signo del partido, normalmente las valoraciones y el análisis se centran inevitablemente en la ausencia de pegada. En la derrota, en el empate e incluso en la victoria, como ha ocurrido este domingo, no hay manera de evitar referirse a cuanto se cuece en área ajena. Podrán contabilizarse las llegadas, los intentos, vayan o no dirigidos entre los tres palos, los centros, las decisiones tomadas en los metros decisivos, da igual cuál sea el parámetro elegido porque cualquiera o la suma de ellos conduce a la misma conclusión: la fabricación del gol no figura entre las virtudes del Athletic.

Sostiene Marcelino que se ha experimentado una mejoría. Cierto que ha subido el índice de acierto desde que en diciembre se ganara al Betis (3-2), pero así expuesto no supone una gran hazaña si en las 17 jornadas previas salían 13 goles. De la décimo octava hasta ahora, en 13 partidos, el saldo es de 22 goles, que no está nada mal. De hecho, con esa cadencia de principio a fin del calendario el equipo acabaría con más de sesenta. La cabeza no da para ponerse a pensar en la forma de repartir semejante cantidad de goles entre la plantilla. Y este se convierte automáticamente en uno de los argumentos más manidos para explicar el asunto: la inexistencia de jugadores con el suficiente instinto para rentabilizar el trabajo ofensivo.

A partir de esta constatación y habida cuenta que tiene mal remedio, al menos mientras persista el reparto de minutos que viene rigiendo hasta el presente ejercicio, acaso sea tan o más interesante detenerse en otras cuestiones relacionadas con el grado de ambición, la faceta táctica, el estilo de juego, la asunción de riesgos, etc. Lo que funciona no se toca, pero lo que no funciona merecería la pena que fuese revisado.

La última vez que el Athletic terminó en plaza europea hizo 53 goles. Fue en la edición 2016-17 del campeonato liguero, después sucesivamente sus registros han sido 41, 41, 41 y en la temporada anterior, 46. En todos los casos, son cifras inferiores a las de todos los equipos que le antecedieron en la clasificación. También en la correspondiente al curso de despedida de Ernesto Valverde, pero entonces no supuso un obstáculo para lograr el objetivo por tratarse de un número de aciertos muy respetable.

Hoy, a falta de ocho jornadas para la conclusión, en el casillero rojiblanco aparecen 35 goles y, curiosamente, hay un conjunto mejor situado que ha marcado menos: la Real, con 29 (sin contabilizar su cita de anoche). El secreto de los de Imanol Alguacil radica en que recibe pocos, exactamente los mismos que el Athletic, aunque con la particularidad de que ha sido capaz de dejar su puerta a cero en más de la mitad de los encuentros, en 17 ocasiones, en siete más que el Athletic. Así las cosas, elevar el nivel de eficacia parece condición inexcusable para dar forma a ese propósito de adelantar al Villarreal, logro que por sí mismo no garantiza premio, y luego porfiar por aproximarse a la sexta plaza.