E trata de una comprobación sencilla, tanto que ni siquiera es necesario entender de fútbol. Basta con poner un mínimo de atención para darse cuenta del elevado porcentaje de balones impulsados en dirección a la portería del Athletic que no llegan a la misma. Y la principal causa de ello, que sería lo que cualquier espectador puede observar, es que interviene Iñigo Martínez. Da igual si es por abajo o por arriba, si el centro o el pase se origina más o menos cerca del área, porque siempre aparece la figura del central zurdo para abortar la jugada. Una especie de muro donde rebotan innumerables tentativas ofensivas de los rivales. Dado el protagonismo que suele cobrar, porque esto que aquí se describe es lo habitual, algo que ocurre en casi todos los partidos por no decir en todos, alguien podría pensar que esos envíos se realizan expresamente para que entre en acción y exhiba su repertorio de cortes, despejes y controles, cuando es obvio que la intención de quien los ejecuta es precisamente la opuesta, o sea, eludir su presencia a fin de generar ocasiones de gol.

En breve se cumplirán cuatro años de la llegada a Bilbao del defensa nacido en Ondarroa procedente de la Real Sociedad. Fruto de una operación exprés, horas después de la salida de Aymeric Laporte con destino al Manchester City, que se abordó con una parte del dinero abonado por el club inglés (otra parte se empleó meses más tarde en captar a Yuri Berchiche y aún sobró algo), el Athletic se hizo con los servicios de un auténtico especialista en tareas de contención. El prototipo de central por el que los entrenadores suspiran: técnicamente notable, dotado de un poderío intimidante y en posesión de una virtud que no abunda, cual es la lectura del juego; o si se prefiere, el instinto para amoldarse a las circunstancias y decidir con acierto.

Esto último sería el secreto de su extraordinario rendimiento. Si todos los balones caen o pasan por donde él se ubica, pues tal es la sensación que se obtiene, es gracias a esa cualidad innata que le permite intuir lo que va a suceder. Así, los ataques le pillan correctamente colocado y a menudo le otorgan esas décimas de segundo precisas para anticiparse y salir victorioso del lance.

Hace ya tiempo que el aficionado del Athletic se ha acostumbrado a las exhibiciones de Iñigo Martínez, que en mayo cumplirá 31 años. Es sinónimo de garantía, pertenece a esa clase de futbolista que transmite seguridad, firmeza, eficacia. Es imposible no identificarse con la forma en que compite. El nervio que gasta contagia, con su actitud se encarga de poner el listón de la agresividad para que los compañeros sepan cómo han de emplearse. Nadie es perfecto, en ocasiones se extralimita y a veces se equivoca, claro, pero son meras anécdotas en el balance global de un tipo que juega cada balón como si fuese a decidir el partido.

La actual línea defensiva del Athletic es Iñigo y tres más, que a su lado son mejores porque un jugador referencial irradia confianza para beneficio de quienes le rodean, sobre todo aquellos que comparten demarcación. Yeray, Nuñez o Vivian se sienten cómodos junto a él, pero también los laterales, los centrocampistas y qué decir del portero. Este panegírico (elogio enfático de alguien) desembocaría en el reconocimiento de que Iñigo merece ser considerado como el auténtico líder del equipo. Seguramente, el interesado no compartirá la afirmación, pero sus hechos le sitúan en la cúspide de la jerarquía.

En tiempos no muy lejanos dicho rol le correspondía a Aritz Aduriz. Entonces, tampoco había margen para la discusión. Su condición de delantero y gran rematador favorecían la distinción, al fin y al cabo en el fútbol nada hay más valioso que el gol. Es natural que un ariete acapare el foco mediático y sea el favorito del aficionado. Hoy, en el Athletic esa atención y estima recae en un central que con su forma de trabajar representa a la perfección los valores de la camiseta que viste.