DE vez en cuando hay un partido donde la injusticia del resultado no admite discusión. No suele ser muy común, pero puede ocurrir que la valoración de un marcador ingrato concite unanimidad. Sería el caso del registrado en el Santiago Bernabéu, saldado con victoria del Madrid, o del celebrado a finales de octubre en el campo del Espanyol, que acabó en empate a un gol. En ambos, el Athletic, mereció los seis puntos en juego y sin embargo únicamente añadió uno a su casillero. Deducir de esta premisa, que se circunscribe a dos actuaciones concretas, que a estas alturas el equipo de Marcelino debería contar con no sé cuántos puntos más se presta sin embargo al debate o la controversia.

De entrada porque se toma como referencia lo que interesa, siendo el duelo con el Madrid lo que todo el mundo tiene fresco, para construir un discurso concreto que tiende a obviar que en realidad ya se han disputado quince jornadas que han deparado situaciones de todo tipo, incluso días sin un miserable tiro dirigido entre los tres palos. En dicho tramo del calendario se observan tendencias que invitarían a matizar las conclusiones expuestas por el entrenador, pues son el reflejo de una serie de constantes en el comportamiento. Por ejemplo, que el Athletic tiene auténticos problemas para resolver, de lo contrario no acumularía ocho empates. Una circunstancia que, por cierto, ya mediatizó su andadura en la pasada temporada. Conectado con lo anterior aparece el dato relativo a la efectividad en el remate, otro indicativo que no constituye una novedad y contra el que al parecer no existe antídoto. La ausencia de un especialista es real, pero no se han articulado mecanismos para compensarlo, pese a que se rentabilice mejor el balón parado.

Pasar de puntillas por estas cuestiones que a nadie se le escapan al amparo del elevado número de oportunidades generadas en el Bernabéu o el RCD Stadium, se convierte en un recurso artificioso y por ello fácilmente desmontable. Y desde luego, escuchar de Marcelino que lo que debe hacer el Athletic es "jugar los próximos quince partidos como los quince anteriores porque los resultados serán diferentes" no deja de ser un brindis al sol y, para qué negarlo, un motivo de preocupación. Esa afirmación, al margen de la carga especulativa que conlleva, es exactamente lo opuesto a la autocrítica. No pasa de un intento de blanqueo de una realidad que se manifiesta tercamente. Basta con revisar detenidamente el discurrir de los acontecimientos hasta la fecha para concluir que las prestaciones que ofrece el equipo no alcanzan para refrendar las intenciones o garantizar los objetivos. Curiosamente, el Athletic no se ha apeado de la octava posición desde que derrotó al Villarreal en octubre. Luego ha enlazado dos reveses y cuatro igualadas pero no se mueve de ahí, lo cual relativiza el grado de dificultad que entraña pelear por una plaza continental.

En su afán por reforzar el mensaje, Marcelino sostiene que su punto de vista es puramente analítico. Debe querer decir que no se deja arrastrar por las emociones o por impresiones puntuales, que sin ir más lejos no le influye el sentimiento de frustración derivado de volverse de vacío del Bernabéu para defender que su Athletic está siendo cruelmente tratado por el fútbol. Vale, cualquiera suscribe sin cambiar una coma que el Athletic fue el ganador moral ante el Madrid, pero esa sensación de malestar no concede patente de corso para elaborar una teoría que engloba tres meses largos de competición. Plazo razonable para hacerse una composición de lugar y saber en qué punto se halla el equipo y también el entrenador, quien a través de las ruedas de prensa ha brindado material suficiente para darse a conocer. En este sentido, constatar que solo unas horas antes declaró que, de haberse resuelto con triunfo, el cruce con el Granada se hubiese considerado el mejor partido del curso. Y se quedó tan pancho. La credibilidad no se labra negando la evidencia.