ALVÓ el Athletic el escollo del Alavés para poder tomarse con calma el largo paréntesis de la competición que, entre una cosa y otra, le han endosado. Y, cómo no, ganó a su manera, con su particular estilo que cabría describir diciendo que no guarda similitud alguna con la aterciopelada versión del tema que interpretaba Frank Sinatra. La manera del Athletic es vencer por la mínima, gracias al estrecho y definitivo margen que separa el uno del cero, lo que le supuso vivir con el estómago encogido hasta el último suspiro del derbi interminable (103 minutos computados los dos añadidos de Del Cerro Grande). El recuerdo de las recientes decepciones sobrevoló San Mamés, pero quizá el signo favorable del desenlace de ayer se explica por la identidad del contrario, cuyo nivel es claramente inferior al del Rayo o el Valencia.

Una vez más afloró en las filas del Athletic la incapacidad para cerrar un partido que en condiciones normales debería haber resuelto con holgura. Por momentos percutió con intención, pero fueron los menos. En general se asistió a un empuje tan voluntarioso como torpe. Practicar un tipo de fútbol tan previsible, al rival le facilita mucho la labor, aunque sea el equipo de Javi Calleja, elemental a más no poder, rígido hasta decir basta, muy justito de confianza, con el miedo metido en el cuerpo de principio a fin.

Anoche, visto que la creatividad brilla por su ausencia, hubo otra vía para liquidar la contienda, casualmente la favorita de los muchachos de Marcelino, pero ni así hizo prevalecer la superioridad que se intuía y no terminó de materializar. Hablamos de la estrategia, que es cierto que estuvo en la génesis del tanto de Raúl García, pero que no rentabilizó pese a que propiciase bastantes remates. Sin restar mérito a los rojiblancos, pareció increíble que un conjunto con tres centrales grandes, adiestrado expresamente para ser eficaz en esa clase de lances porque de algún modo debe compensar su breve catálogo de recursos, dejase que el Athletic merodease el gol constantemente poniendo córneres. Trece sacó. Hubo asimismo una larga serie de faltas para añadir al balance, pero por motivos que se desconocen la mayoría se ejecutaron de modo patético.

Trece y en uno de los primeros Vivian provocó el penalti por mano de Navarro. Raúl García chutó horrible, telegrafió su intención y le salió centrado, a dos metros del palo izquierdo y a media altura. Un bombón para Pacheco. Luego continuaron cazando córners Iñigo y Vivian, sin éxito. Suficientes para establecer una distancia de seguridad, al igual que un cabezazo a bocajarro de Muniain o dos tiritos dentro del área a cargo de Iñaki Williams. Afirmar que sobraron las oportunidades sería pertinente porque objetivamente es verdad, pero con este Athletic todas las que se fabrican son pocas. La prueba ahí queda, en el resultado.

De acuerdo con esta constatación sobre la producción ofensiva, el Athletic fue el justo vencedor. Ahora bien, fiarlo todo a una cuestión de tiempo, o sea esperar que el marcador sonría fruto del tesón, como consecuencia de que el Alavés elude complicaciones regalando alegremente saques de esquina o faltas próximas a su área, es una opción que no acaba de enganchar. No convence. No, porque demuestra que es imprescindible una fuerte dosis de fortuna para paliar el déficit de puntería y el de juego, claro. Y porque, no se olvide, anoche el Alavés, con unos despliegues muy simples también dispuso de nueve córneres, además de varios servicios comprometidos desde los costados. Por fortuna ninguno tan preciso como el que templó Lekue para que Raúl García se resarciese cuando todo apuntaba al empate a cero en el intermedio.

Anotar dos novedades respecto al guión habitual en la propuesta del Athletic. Desde el inicio, Muniain abandonó el ala y se incrustó en el carril central. Todos le buscaron y él no encontró a nadie, salvo en el arranque. El resto se limita a dar pases al pie que no rompen líneas y nadie encara, ni queriendo por culpa de la calidad de la distribución. La segunda vino con la entrada de Zarraga, que se ubicó escorado en la derecha, o sea que el equipo por fin tuvo sobre el césped a tres centrocampistas a la vez. Y una mención para el regreso de Sancet, que dejó tres pinceladas cargadas de originalidad para alterar el monótono orden de las cosas. Detalles que aportaron una pizca de vivacidad.